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El sentido de la Navidad en los adultos
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El sentido de la Navidad en los adultos
EL SENTIDO DE LA NAVIDAD EN LOS ADULTOS
Dios nos habla a través de su hijo, este niño que nace en cada 25 de diciembre. Tiene algo para decirnos, qué hermoso sería detener la vorágine en la que vivimos para escuchar qué nos dice esta Navidad.
Parecería ser que la Navidad mudó su esencia. En realidad, debería decir que nosotros, los adultos (no todos por suerte, pero sí muchos) le cambiamos la esencia, el eje, el sentido. Le hemos modificado hasta el paisaje. Ya pocos nos acordamos de un pesebre rústico y pintamos a la Navidad de rojo, blanco y verde. Los negocios, las calles y los shoppings se visten de nieve, en medio del calor agobiante de nuestro país y sobre todo de nuestra ciudad.
Si hilamos más fino, o no tanto realmente, Papá Noel parecería tener más vigencia que el propio niño Dios.
No quiero decir con esto que no sea bello todo el entorno navideño, decorar un hogar, escribir junto a nuestros hijos la cartita a Santa Claus, procurar que tengan aquellos regalos que con tanta ilusión han pedido, armar en familia un arbolito y llenarlo de deseos junto con los adornos.
Lo preocupante es que lo anecdótico se ha convertido en protagonista y lo verdaderamente importante ha pasado a tener un papel secundario.
¿No nos estaremos olvidando de lo verdaderamente importante?. Digo, nosotros, los adultos, no nos estaremos olvidando, entre tanta guirnalda y copo de nieve, qué es lo que realmente celebramos?
Podría ser que este mundo en el que vivimos corre tan rápidamente que nos ha mareado un poquito y perdimos el eje. También nosotros parecemos obnubilados por el “brillo” navideño, sin pensar en lo verdaderamente importante. El milagro maravilloso, único, trascendente que se viste de humildad y pobreza cada diciembre.
Cada 25 de diciembre Dios vuelve a nacer. El, el más grande, el más bello, el más bueno, vuelve a tomar la forma de un pequeño bebe, humilde, muy humilde, muy lejos de los brillos con que nosotros pretendemos adornarlo.
Grande como soy, todavía me conmueve pensar que Dios cada año vuelve a hacerse chiquito para nosotros, para nuestros hijos, para que la historia vuelva a empezar. Y vuelve a instalarse allí, en su precaria cunita de paja, sin lujos ni pompa, sin tules ni adornos, sólo con lo imprescindible, el amor que lo rodeaba y el amor que venía a brindarnos
Y sigue allí, en su pesebre cada diciembre invitándonos también a nosotros a volver a nacer. Esto es una de las cosas que más me maravilla de la Navidad, sentir que también nosotros, tengamos la edad que tengamos y nos encontremos en la situación que sea, podemos volver a nacer. Saber que Dios, en esa forma pequeña y hermosa nos da una nueva oportunidad. Nos da la posibilidad de reencontrarnos con él, de acercarnos un poco más, si es que lo hemos dejado de lado.
Cada Navidad siento lo mismo: Es como si Dios tomara la forma más conmovedora para llegar al hombre, para decirle que siempre se está a tiempo de cambiar, que jamás todo está perdido, que así como El lo hace cada año, todos podemos nacer una y otra vez, porque su infinita bondad nos lo permite.
Por eso me preguntaba, ¿no nos estaríamos olvidando lo fundamental?
¿No sería bueno pensar en esta Navidad que, más allá de las costumbres que han hecho carne en nuestras vidas, nos deberíamos replantear esto, lo que Dios nos pide desde ese pesebre, lo que El nos ofrece?
Humildad, amor, un mundo nuevo, una historia distinta para cada uno de nosotros.
Nos ofrece el milagro de invitarnos a “nacer” con El una vez más.
No dejemos pasar esta oportunidad que está pronta a llegar. Este diciembre volvamos nuestra mirada hacia el pesebre y pidamos a Dios que nos permita una vez más renacer. Celebremos con nuestras familias lo más importante, que Dios hecho niño vuelve a estar en nuestro hogar y lo que es más importante, en nuestros corazones, como siempre, como cada año lo ha estado. Tal vez en esta oportunidad, podamos escucharlo.
¡¡¡Feliz Navidad!!
AUTOR: LIANA CASTELLO
Dios nos habla a través de su hijo, este niño que nace en cada 25 de diciembre. Tiene algo para decirnos, qué hermoso sería detener la vorágine en la que vivimos para escuchar qué nos dice esta Navidad.
Parecería ser que la Navidad mudó su esencia. En realidad, debería decir que nosotros, los adultos (no todos por suerte, pero sí muchos) le cambiamos la esencia, el eje, el sentido. Le hemos modificado hasta el paisaje. Ya pocos nos acordamos de un pesebre rústico y pintamos a la Navidad de rojo, blanco y verde. Los negocios, las calles y los shoppings se visten de nieve, en medio del calor agobiante de nuestro país y sobre todo de nuestra ciudad.
Si hilamos más fino, o no tanto realmente, Papá Noel parecería tener más vigencia que el propio niño Dios.
No quiero decir con esto que no sea bello todo el entorno navideño, decorar un hogar, escribir junto a nuestros hijos la cartita a Santa Claus, procurar que tengan aquellos regalos que con tanta ilusión han pedido, armar en familia un arbolito y llenarlo de deseos junto con los adornos.
Lo preocupante es que lo anecdótico se ha convertido en protagonista y lo verdaderamente importante ha pasado a tener un papel secundario.
¿No nos estaremos olvidando de lo verdaderamente importante?. Digo, nosotros, los adultos, no nos estaremos olvidando, entre tanta guirnalda y copo de nieve, qué es lo que realmente celebramos?
Podría ser que este mundo en el que vivimos corre tan rápidamente que nos ha mareado un poquito y perdimos el eje. También nosotros parecemos obnubilados por el “brillo” navideño, sin pensar en lo verdaderamente importante. El milagro maravilloso, único, trascendente que se viste de humildad y pobreza cada diciembre.
Cada 25 de diciembre Dios vuelve a nacer. El, el más grande, el más bello, el más bueno, vuelve a tomar la forma de un pequeño bebe, humilde, muy humilde, muy lejos de los brillos con que nosotros pretendemos adornarlo.
Grande como soy, todavía me conmueve pensar que Dios cada año vuelve a hacerse chiquito para nosotros, para nuestros hijos, para que la historia vuelva a empezar. Y vuelve a instalarse allí, en su precaria cunita de paja, sin lujos ni pompa, sin tules ni adornos, sólo con lo imprescindible, el amor que lo rodeaba y el amor que venía a brindarnos
Y sigue allí, en su pesebre cada diciembre invitándonos también a nosotros a volver a nacer. Esto es una de las cosas que más me maravilla de la Navidad, sentir que también nosotros, tengamos la edad que tengamos y nos encontremos en la situación que sea, podemos volver a nacer. Saber que Dios, en esa forma pequeña y hermosa nos da una nueva oportunidad. Nos da la posibilidad de reencontrarnos con él, de acercarnos un poco más, si es que lo hemos dejado de lado.
Cada Navidad siento lo mismo: Es como si Dios tomara la forma más conmovedora para llegar al hombre, para decirle que siempre se está a tiempo de cambiar, que jamás todo está perdido, que así como El lo hace cada año, todos podemos nacer una y otra vez, porque su infinita bondad nos lo permite.
Por eso me preguntaba, ¿no nos estaríamos olvidando lo fundamental?
¿No sería bueno pensar en esta Navidad que, más allá de las costumbres que han hecho carne en nuestras vidas, nos deberíamos replantear esto, lo que Dios nos pide desde ese pesebre, lo que El nos ofrece?
Humildad, amor, un mundo nuevo, una historia distinta para cada uno de nosotros.
Nos ofrece el milagro de invitarnos a “nacer” con El una vez más.
No dejemos pasar esta oportunidad que está pronta a llegar. Este diciembre volvamos nuestra mirada hacia el pesebre y pidamos a Dios que nos permita una vez más renacer. Celebremos con nuestras familias lo más importante, que Dios hecho niño vuelve a estar en nuestro hogar y lo que es más importante, en nuestros corazones, como siempre, como cada año lo ha estado. Tal vez en esta oportunidad, podamos escucharlo.
¡¡¡Feliz Navidad!!
AUTOR: LIANA CASTELLO
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