Mucho más que dar la mano

Pensar en la palabra cooperación es sinónimo de pensar en algo bueno. Cooperación nos remite a ayuda, colaboración, a trabajar en común, estar con el otro, junto al otro.

Cooperar es comprometerse con la causa del otro, hacerse cargo también de ella y de llevarla adelante. Es más que dar una mano, es ayudar a cargar la mochila, a transitar el camino con menos peso y menos dificultad a nuestro compañero de ruta. Como ocurre con otras hermosas palabras, tales como amor, armonía, solidaridad, se aplica tanto para lo aparentemente grande, como para lo que parece “pequeño”. Cooperan unas naciones con otras, unos gobiernos con otros, cooperan los hijos con los padres, los maestros con los niños, las enfermeras con los médicos, y los ciudadanos con la ciudad que habitan.

A cooperar se enseña y, por ende, se aprende, como a saludar, a decir gracias y por favor. Si, desde niños, enseñamos a nuestros hijos que es bueno cooperar con el otro, crecerán sabiendo que es algo natural.

La magia de cooperar radica en que nos saca, por un momento, de lo propio, dejamos de hacer por nosotros para hacer por los demás.

Cuando ayudamos al que lo necesita, sea del modo que sea, nos despojamos del egoísmo, de sentir que nuestros problemas son los más graves. Podemos ponernos en la piel del otro, intentar experimentar su dolor y caminar junto a él.

Creo en la absoluta plenitud de compartir y estoy convencida de que, sólo cooperando con el otro, colaborando, codo a codo, con quien tenemos a nuestro lado es la manera más bella de sentirnos enteros, útiles, buenos.

Así como uno no es uno, sino junto a los que lo rodean, la vida no es del todo una vida, si no sirve para ponerla al servicio del otro.

Sin dudas, más allá de cualquier acepción que pueda tener la palabra cooperación, su mayor y más importante significado es amor, ni más ni menos.