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Mensaje por ana maria Jue 25 Sep 2014, 02:45


JUANILLO EL OSO
Malupa Fontana Oter

Capitulo 1


Hace mucho, mucho tiempo, en una apartada aldea, vivía una bella y virtuosa joven en compañía de sus padres y hermanos, todas las mañanas, junto con otras muchachas del lugar, iba a llenar de agua su cantarillo a una fuente que distaba algunas leguas del poblado, cumpliendo así una de las muchas tareas que tenía encomendadas.

El juvenil grupito, del que formaba parte Melania, que así se llamaba la chiquilla, con el espontáneo alborozo y gracejo propios de la edad, alegraba el abrupto camino, unas veces con animadas charlas y las más con desentonados cánticos y sonoras carcajadas. ¡Qué lejos estaban de sospechar!, que día tras día, oculta entre matorrales, acechaba una espantosa fiera, esperando el momento de apoderarse de una de ellas, la más bella, nuestra protagonista.

La ocasión no tardo en presentarse. Una mañana que Melania tuvo que salir sola más temprano que sus compañeras, el oso, que esa era su condición de bestia, al tener la seguridad de no ser visto se abalanzó sobre la muchacha y la arrastró lejos de allí, hasta un inhóspito paraje donde tenía su cobijo: una lúgubre cueva que prácticamente selló con una enorme piedra después de encerrar a la hermosa aldeana. Ni que decir tiene, que la aterrorizada joven, sin posibilidades de escapar, ni luchar contra la superioridad física de su raptor, tuvo que adaptarse a su nueva situación, soportando los caprichos de la extraña fiera.

A partir de entonces, todos los días se sucedían con la misma monotonía, el oso se levantaba muy temprano movía la pesada piedra y salía a ocuparse de sus tareas diarias, no sin antes tomar la precaución de ajustar bien la mole que hacía las veces de puerta para impedir que la muchacha huyera. Volvía provisto de todo tipo de alimentos: frutos, verduras, carne de animalitos que había cazado, hasta miel, (su más apreciado manjar); todo ello lo compartía solicito con la mujer.

Se podría decir sin temor a equivocarse, que el trato que recibía la desdichada Melania de tan singular animal rayaba en la exquisitez, sin conseguir con ello doblegar su voluntad, que en todo momento se mantuvo alerta por si se le presentaba la posibilidad de escapar de su cautiverio.

La distracción que anhelante, esperaba y deseaba Melania, nunca llego a producirse (tan precavido y astuto era el oso), llevaba meses, que le parecieron siglos, encerrada en la cueva, cuando vino a alegrar la triste existencia de la muchacha el nacimiento de un precioso niño; la madre le puso por nombre Juanillo, más tarde se ganaría el apodo del Oso por su extremada fuerza, destreza y valor.

El feliz acontecimiento también fue del agrado de la bestia, que muy pronto integró al pequeño en sus juegos y correrías, instruyéndole pacientemente en todo aquello que un animal de su alcurnia debía saber. A Juanillo como niño le divertía la situación, pero, ante todo era humano y a medida que iba creciendo fue tomando conciencia de la irregular situación en que se encontraba su madre, y en lo más hondo de su ser adquirió el firme compromiso de librarla de su cautiverio lo antes posible.

Con muy pocos años, Juanillo propuso a su madre escapar de la cavernosa morada del oso, acertada decisión con la que llevaba soñando meses Melania. Aquello no era vida para ella, cosa que ya poco importaba, el verdadero problema era su hijo que crecía deprisa, dotado de grandes cualidades que no podía desarrollar en aquel irregular entorno mezcla de vivencias humanas y animales.

Noche tras noche, mientras el oso dormía, intentaban mover la pesada piedra de la entrada, pero sin éxito, solo cuando Juanillo alcanzó la edad de nueve años, después de un inusitado esfuerzo, consiguieron abrir un pequeño boquete por el que poder deslizarse tanto el cuerpo del pequeño como el de la delgada madre.
Cuando por fin se vieron libres, comenzaron a correr desesperadamente y no se detuvieron hasta considerar que se hallaban fuera del alcance de la fiera.

Más tarde y ya más calmados, continuaron viajando durante varias jornadas dejando atrás muchos poblados, hasta que un día, cansados de su interminable huída, decidieron instalarse en una pequeña y agradable aldea, librándose definitivamente de la influencia del oso y recobrando por fin la ansiada y bien merecida libertad y tranquilidad que éste les había arrebatado.





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Mensaje por ana maria Jue 25 Sep 2014, 02:46



Capitulo 2



Después del éxito de su arriesgada peripecia, la vida de Juanillo transcurrió como la de cualquier otro niño: asistía a clase a la vez que ayudaba a su madre en algunas tareas. Cabe decir, que en el colegio muy pronto y sin proponérselo fue el centro de atención de sus compañeros por sus extraordinarias dotes, tanto físicas, como morales, granjeándole la envidia de algunos muchachos bastante inferiores a él. Durante algún tiempo soportó pacientemente algunas amenazas y muchas burlas, hasta que harto de la situación y teniendo en cuenta que los provocadores no entendían otro lenguaje, les enseñó respeto y hasta sumisión, mediante una pequeña demostración de fuerza.

Cuando Juanillo se hizo mayor, se convirtió en un apuesto y atractivo joven lleno de inquietudes, y comprendió que en aquel apacible pueblo no había sito para él, y sin mas, un buen día planteó a su madre la necesidad que tenía de marcharse de allí, a correr mundo, -a si lo llamaba él-. La buena mujer apenada por la decisión de su hijo lloro desconsoladamente, pero sobreponiéndose a su dolor, con el mejor semblante posible bendijo la partida de su hijo. También al muchacho le entristecía mucho la idea de dejar sola a su querida madre, aunque solo fuera hasta conseguir una situación mejor para ambos.

Antes de emprender el viaje paso por casa del carpintero, para encargarle una enorme garrota y sin más compañía que su cayado y una bolsa de viandas que con gran cariño le había preparado su madre, se lanzó a la aventura.

Comenzó Juanillo sus correrías por esos mundos de Dios, sin saber muy bien donde dirigir sus pasos. Después de una interminable caminata que hubiera agotado a cualquier otro, él continuaba tan fresco. Tropezó con un solitario muchacho aproximadamente de su edad, que mataba el tiempo arrancando pinos con sus manos y sin el menor esfuerzo, sorprendido nuestro protagonista se dirigió a él:
  -¡Hola muchacho! ¿Cómo te llamas?
  -Me llaman Arrancapinos, que como puedes ver es algo que se me da muy bien.
En este casual encuentro y de forma inmediata, surgió entre ellos un sentimiento mutuo de simpatía y admiración. Juanillo le invito a seguirle y Arrancapinos acepto encantado. Y los dos juntitos y muy contentos, cada uno con la compañía del otro, continuaron el caminando sin rumbo fijo.

En su peregrinar tropezaron con otro individuo sorprendente, de una sola patada allanaba grandes montañas, cuando a este singular sujeto apodado Allanacerros, le propusieron unirse al grupo, también aceptó de buen grado.

Juntos y animados los tres valiente y forzudos muchachos continuaron su camino con la misma indecisión que hasta entonces; para salir de dudas Juanillo más capacitado para abordar cualquier situación que los otros dos, (como se verá a lo largo de la historia), cogió un puñado de tierra lo lanzó al vacío diciendo: -¡Donde el viento nos lleve¡

Así fue como la Providencia les condujo a una increíble, apasionante y arriesgada aventura, que llevaría a cada uno de ellos a conocer la verdadera naturaleza del otro, en detrimento de su amistad.

Durante algún tiempo anduvieron errantes sin que les ocurriera nada digno de mención, algo cansados y un poco decepcionados acordaron quedarse a descansar algunos días en un mismo sitio (su espíritu aventurero no les permitía disfrutar de una vida sedentaria durante mucho tiempo). Por suerte para sus fines tropezaron con una vieja casa abandonada, después de recuperar fuerzas con un prolongado sueño, se percataron de que eran presas del hambre, no lejos de allí pastaban unas vacas, al parecer sin dueño, lo que vino a resolverles la imperiosa necesidad de llenar su estómago.

Muy interesados los tres muchachos en preservar la armonía reinante hasta entonces, se organizaron, repartiéndose las tareas que consideraban imprescindibles: mientras uno de ellos permanecería en la casa preparando la comida, los otros dos irían a explorar los alrededores realizando aquellos trabajos que se terciaran y pudieran proporcionales algún peculio.





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Mensaje por ana maria Jue 25 Sep 2014, 02:47


Capitulo 3

El primer día fue Arrancapinos el que tuvo que hacerse cargo de las tareas domésticas, entre otras, preparar la comida, se dirigió al lugar donde pacían las vacas y para desdicha del animal, eligió a la más gordita que en un santiamén termino al fuego, bien troceada y aderezada, colocada en un viejo caldero que encontró en un rincón de la no menos vieja cocina. Arrancapinos estaba feliz sentado al fuego contemplando y saboreando de antemano el aromático guiso, cuando algo por la chimenea llamó poderosamente su atención, era un horrible demoniejo que desde lo alto y de forma descarada le decía:
-¿Bajo?, ¿bajo?.
El sorprendido muchacho se limitó a responderle:
-Baja si quieres.
Y con la rapidez de un rayo, el espantoso demonio cayo por la chimenea, se sentó en sus rodillas y propinó un nutrido escupitinajo verde sobre la comida, que ya casi estaba lista para llevar a la mesa; enfadado Arrancapinos intentó golpear al molesto y atrevido visitante, pero en la contienda quedó bien probada la superioridad del intruso, que salió ileso escapando ágilmente por donde había bajado, sin dejar ningún rastro, mientras el muchacho herido y maltrecho yacía por los suelos retorciéndose de dolor.

Cuando volvieron sus compañeros y repararon en su estado físico, se interesaron por lo ocurrido, pero Arrancapinos avergonzado no soltó palabra del increíble incidente que acababa de protagonizar, justificó su lamentable aspecto como pudo; hambrientos como se encontraban todos, se sentaron a la mesa, pero ninguno de los tres pudo tragar bocado, la comida amargaba como las hieles, tuvieron que saciar el apetito con algunas hierbas comestibles.

A la mañana siguiente el turno para quedarse en casa fue para Allanacerros, los acontecimientos comenzaron a sucederse en el mismo orden, cuando el muchacho estaba más tranquilo y despreocupado pensando únicamente en la sabrosa comida, que ya estaba presta para la mesa, apareció el grotesco diablillo por la chimenea y sentándose en sus rodillas roció el guiso con un nuevo escupitinajo verde, después de una encarnizada lucha el demoniejo desapareció sin un rasguño mientras el pobre Allanacerros, al igual que le sucediera el día anterior a su compañero, salía de la contienda derrotado y luciendo un lamentable aspecto.

Al llegar a casa sus amigos, Juanillo intrigado, no sin razón, preguntó por lo sucedido, pero tampoco, esta vez, obtuvo ninguna respuesta convincente por parte de Allanacerros, al pobre le impedía explicarse la espantosa humillación que acababa de sufrir, aunque no por ello, dejó de cruzar una mirada de complicidad con la primera víctima, que no pasó desapercibida al desconcertado muchacho. Ni que decir tiene, que también en esta ocasión, la comida acabó en la basura, ante la imposibilidad de poderse comer.

Cada vez más confuso y molesto, por el mutismo de sus compañeros, que delataba, que algo raro y misterioso acontecía todos los días en la añeja y medio derruida vivienda; Juanillo manifestó:
-Mañana seré yo quien se quede en casa, así podré descubrir que me estáis ocultando.

El joven actuó como sus antecesores preparando la comida con el mayor esmero posible, cuando ya casi estaba a punto para hincarle el diente se oyó la misteriosa voz del demoniejo:
-¿Bajo?, ¿bajo?.
Aunque durante toda la mañana estuvo esperando que algo sucediera, no dejo de sorprenderle el ridículo personajillo que desde lo alto de la chimenea se dirigía a él, algo desconcertado pero nada asustado contestó:
-Puedes bajar si quieres, pero ¡atente a las consecuencias!

E instantáneamente se precipitó por la chimenea yendo directamente a acomodarse en sus rodillas, Juanillo se lo quitó de encima de un gran empujón, aunque no pudo evitar que salpicara el guiso con el escupitinajo verde. Visiblemente enfadado cogió su enorme garrota propinándole tan colosal paliza, que esta vez los acontecimientos se invirtieron, mientras el diabólico huésped, huía herido y cojeando, dejando tras de si un reguero de sangre, el heroico muchacho salía totalmente intacto del altercado, ¡Por fin, se enteró Juanillo, de la experiencia vivida por sus amigos!




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Mensaje por ana maria Jue 25 Sep 2014, 02:49


Capitulo 4

Sospechando lo que ocurriría con la comida la probó, evidenciando que no se podía tragar, rápidamente la tiró y preparó otra vaca; cuando llegaron los otros, todo estaba en orden, como si nada hubiera pasado, pudiendo por fin, disfrutar del banquete.

Satisfechos tras la suculenta pitanza, nuestro protagonista consideró que era hora de pedir explicaciones. Después de sincerarse llegaron a la conclusión de que a los tres les había sucedido lo mismo, únicamente Juanillo había sido capaz de salir airoso de la situación, mostrando así, su superior talento y valor, como percibía algún asomo de duda en sus compañeros, les mostró el rastro rojo que había dejado el demoniejo al salir (no tan precipitadamente como los días anteriores) por la chimenea, intrigados y ávidos de aventuras, decidieron seguir las huellas del malévolo para ver a donde les llevaba. Presentían y, no les importaba, que su corta estancia en aquel tranquilo paraje había llegado a su fin.

Los tres muchachos, todo impaciencia, se pusieron a seguir la pista que había dejado el demonillo, tras atravesar la inmensa llanura que tenían ante si, ésta se precipitaba por un estrecho sendero, adentrándose en un bosque cada vez más espeso e impenetrable, (imposible de descubrir de no haber sido por tamaña circunstancia) hasta desembocar en una pequeña explanada, en el centro de la cual podía verse un pozo, más bien normalito, teniendo en cuenta los demás componentes de la historia.

Todos ellos se fueron asomando al brocal sin conseguir ver el fondo, tiraron algunas piedrecitas para calcular su profundidad, comprobando así, que no era con agua con lo que tropezaban al caer, sino con algo mucho más firme y duro. Cada vez más intrigados y excitados se dispusieron a bajar para ver lo que contenía. Prepararon para sus fines, una larga soga, con la que atarse por la cintura e ir deslizándose poco a poco hasta alcanzar el suelo. Si el primero tropezaba con algún obstáculo insalvable gritaría para que le subieran a la superficie rápidamente.

Fue Arrancapinos el primero en lanzarse a la aventura, al poco tiempo de su descenso empezaron a oírse gritos de socorro suplicando que le subieran. Cuando estuvo arriba y le preguntaron por el problema, contestó: que había tropezado con una gran capa de hielo que le fue imposible traspasar. Allanacerros se burlaba de él mientras decía:
-Ahora seré yo quien baje, pues no tengo ningún temor al frío.

De nuevo le ataron la soga a la cintura y se lanzó al vacío, pero no paso mucho tiempo sin que se oyeran los desgarradores gritos de auxilio exigiendo que le subieran con la mayor rapidez. Cuando el asustado muchacho estuvo fuera del pozo, relató: que había podido superar la capa de hielo, pero fue incapaz de resistir una oleada de fuego que le acometió un poco más abajo.

Estos hechos que ponían el bello de punta a cualquiera, no intimidaron lo más mínimo al valiente Juanillo, cuando le llego su turno estaba dispuesto a vencer, a cualquier precio, todos aquellos obstáculos y cuantos más se le presentaran, advirtió encarecidamente, que si en algún momento flaqueaba pidiendo que le subieran, lejos de obedecer, soltaran cuerda más rápidamente. Comenzó a descender y muy pronto a sentir los efectos del frío, el dolor paralizaba sus miembros pero haciendo acopio de todo su valor superó la capa de hielo; cuando llegó al intervalo de fuego tan insoportable era el calor que en un momento de debilidad suplicó que le subieran, pero los de arriba, fieles a su promesa, soltaron cuerda con más destreza, así llegó nuestro héroe al final del recorrido, en donde nuevos y sorprendentes acontecimientos le estaban esperado.












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Mensaje por ana maria Jue 25 Sep 2014, 02:50



Capitulo 5

Tras el silencio inicial y oscuridad absoluta del fondo del pozo, Juanillo empezó a vislumbrar una tenue luz; sin el menor titubeo se dirigió hacia ella, a medida que se acercaba subía en intensidad hasta equipararse a la del sol; ante los atónitos ojos del muchacho apareció entonces un lugar mágico, en donde el potente resplandor, reflejado en la más extraña, bella y variada vegetación, unas veces flotando en arroyos chispeantes y otras resbalando en cascada por escarpados e inmensos acantilados, lanzaba, por doquier, ráfagas de tonalidades enigmáticas y cegadoras para el ojo humano.

Incrédulo y abstraído en la contemplación de tanta maravilla se encontraba Juanillo, cuando el sonido de unos discretos pasos le volvieron a la realidad. Por una especie de pasillo, apareció una esbelta y algo lúgubre figura femenina, que se le acerco y saludo amablemente:
-"Ya que eres un hermoso y valiente joven, si tú lo deseas, te voy a ayudar a resolver el enigma del pozo encantado, ¡sígueme!; él naturalmente, se apresuró a obedecer.

La misteriosa mujer, le introdujo por un interminable laberinto rocoso hasta llegar a un pasaje en el que claramente podían distinguirse tres puertas:
-Como puedes ver en este pasadizo hay tres puertas, detrás de cada una de ellas se encuentra cautiva una princesa, a cual más bella, las tres han sido víctimas de un hechizo. Yo que soy su hada madrina, carezco de la fuerza necesaria para deshacer el conjuro, pero si tú eres lo suficientemente atrevido para intentarlo, puedo ayudarte a conseguirlo.
El valiente muchacho no dudó ni un segundo en aceptar el reto, la buena mujer continuó diciendo:
-Tendrás que luchar por cada una de ellas por separado, enfrentándote a los siguientes peligros:
-Contad con mi mejor disposición. -Respondío Juanillo.
-Para salvar a la primera princesa, que está custodiada por una enorme serpiente con siete cabezas, deberás usar esta afilada espada que te entrego, quedará reducida si le cortas la cabeza principal, la gran dificultad estriba en que está situada en el centro y protegida por las otras seis cabezas y además el cuello que la soporta es más corto.
-El guardián de la segunda princesita, es un enorme dragón que hecha fuego por sus fauces, no tiene otra misión que liquidar a todo aquel que se acerque con intención de arrebatarle su inestimable prisionera. Para acabar con él, has de conseguir que se coma este pan y se beba este vino.
Alimentos estos, que también entregó al joven.
-La tercera princesa, la más bella, entre las bellas, está bajo la custodia de un espantoso y malévolo demoniejo, (éste como habréis adivinado ya le era familiar a Juanillo) para vencerle solo tienes que cortarle la oreja derecha, lo cual no es fácil dada la destreza, agilidad y fuerza del perverso mamarracho, otro inconveniente es que tienes que valerte por tus propios medios, no dispongo de ningún artilugio que te pueda ayudar en este cometido.

La buena mujer desapareció de la misma misteriosa forma que había hecho acto de presencia ante el muchacho, sin esperar siquiera a que le mostrar su agradecimiento, éste suspiró con alivio, ¡por fin había descubierto el misterio del pozo! y se le presentaba la ocasión de poner su fuerza y valor al servicio de una buena causa: ¡liberar a las princesitas! Rápidamente se puso manos a la obra.

Comenzó su misión en el orden que se lo había sugerido el hada madrina, llamando a la puerta custodiada por la serpiente de las siete cabezas, después de una encarnizada lucha con el impresionante y maligno animal, en que todas las cabezas se movían hacia él a un son distinto, acertó, por fin, a dar con la cabeza central, arrancándosela de un atinado corte.

Con el dragón la lucha fue más cruenta, estuvo toda una mañana esquivando las ráfagas de fuego que continuamente le lanzaba con el firme propósito de fundirle en una de ellas, a punto estaba de desfallecer cuando al monstruo le entró un irrefrenable apetito, momento que aprovechó Juanillo para ofrecerle, solícito el pan y el vino, confiado el dragón lo tomó con glotonería cayendo al instante fulminado.





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Mensaje por ana maria Jue 25 Sep 2014, 02:51


Capitulo 6


Cuando llamó a la tercera puerta, para nada se sorprendió al ser recibido por el demoniejo con una grotesca sonrisa de triunfo en su caricaturesco rostro. Juanillo solamente contaba con su inseparable bastón, para defenderse de la tremenda acometida, que inmediatamente inició su contrincante. La violenta contienda, como no podía ser menos, acabó con la victoria del valiente joven cuando por fin pudo arrebatarle la oreja, que sin saber por qué y de forma inconsciente guardó en uno de sus bolsillos.

El diablillo desapareció y con él, todo el hechizo y dificultades que rodeaban a las regias cautivas, cedieron las pesadas puertas dando paso a las tres hermosas jóvenes que recibieron a su libertador con grandes muestras de agradecimiento. La más bella, además de heredera al trono, (de la que se quedó prendado Juanillo, nada más verla), prometió casarse con el esforzado muchacho después de contar con la aprobación y bendición del rey, su padre.

Lo primero era salir de allí, Juanillo no sabía si sus amigos estaban aún arriba, donde los había dejado, gritó pidiendo que echaran la soga, éstos que le oyeron se apresuraron a lanzarla, una tras otra, fueron subiendo las tres princesitas, cuando por cuarta vez reclamó la cuerda para poder subir él, le asaltó la duda de la lealtad de sus compañeros, más de un recuerdo venía a justificar su desconfianza; tomó entonces la precaución de colgar la pesada garrota, y como muy bien sospechaba y temía, a la mitad del recorrido cortaron la cuerda y el bastón, se precipito contra el suelo con gran estruendo; tan tremendo fue el golpe que de haberlo recibido Juanillo, hubiera acabado con su vida al instante.

Los pérfidos muchachos, contaron a las princesas (que estaban un poco apartadas y no se percataron la hazaña de sus acompañantes), que la soga se había roto y nada pudieron hacer por salvar la vida de su joven amigo. Todos le dieron por muerto. Algo que entristeció mucho a dos de las princesas y dejo desolada a Leonor, (ese era el nombre de la bella heredera), enamorada y prometida, como estaba, del desafortunado joven.

Arrancapinos y Allanacerros, se habían dejado vencer por la envidia, sin haber hecho mérito alguno, querían para si todos los honores y recompensas. Con las ilustres muchachitas se dirigieron a la ciudad donde estaba la corte, presentándose ante el rey como los auténticos libertadores de las cautivas, el monarca dando por cierto el relato de los traidores, muy feliz y agradecido les concedió la mano de sus dos hijas menores, siempre que ellas estuvieran de acuerdo, como no eran mal parecidos y por el camino habían quedado impresionadas con alguna que otra demostración de fuerza, éstas se mostraron totalmente de acuerdo y muy satisfechas con la decisión de su ilustre padre.

Mientras en la capital del reino, los ingratos compañeros de Juanillo, disfrutaban de todos estos gozosos acontecimientos, con éste, parecía haberse cegado la desdicha, después de varios días continuaba allí, en el sombrío fondo del pozo solo y apesadumbrado sin saber qué hacer, ni como subir a la superficie, sufriendo además la insoportable tortura del hambre. Instintivamente se metió la mano al bolsillo y tropezó con algo, era lo oreja del famoso demonio, tan angustioso era el vacío de su estómago, que le propino un buen bocado, y al momento se oyó una voz que le decía:
-Pide lo que quieras que te será concedido.
-Mi primer deseo es poder comer bien. -Respondió Juanillo, boquiabierto y sin salir de su asombro.

Ante los desorbitados ojos del muchacho apareció como por arte de magia, una mesa llena de los más exquisitos y variados manjares, después de dar buena cuenta del banquete volvió a morder la oreja, encontrado la misma respuesta, esta vez Juanillo le pidió que le sacara del pozo, al instante se encontró en la superficie, allí naturalmente no había ni rastro de sus compañeros ni de las princesas, suponiendo que se habían marchado a la corte del rey, hacia allí, decidió encaminar sus pasos.

Durante el largo camino hacia la ciudad, tropezó con un individuo montado a caballo que llevaba otro de repuesto, entablando con él una animada charla. El caballero se encapricho del cayado del joven y le propuso un cambio por alguno de sus caballos, Juanillo tenía un cariño especial por su garrota, no sin razón; su inseparable compañera, no solamente le había sacado de más de un grave apuro, si no, que hasta había podido salvar la vida gracias a ella; tardó mucho en decidirse, pero al final venció el buen juicio y aceptó el trueque, en las circunstancias que se encontraba le sería más útil el rocín.


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Mensaje por ana maria Jue 25 Sep 2014, 02:52


Capitulo 7


Erguido en su montura se propuso llegar hasta el mismísimo palacio del monarca, pero al final no se atrevió, pensando que su hazaña habría caído en el olvido y de lo que menos se acordaría su princesita sería de la promesa que le hiciera dentro del pozo ¡Qué lejos estaba el muchacho, de la realidad!

Un día que Juanillo el Oso se encontraba curioseando por una de aquellas multitudinarias y alegres ferias, distinguió de lejos a sus antiguos amigos, éstos que también se percataron de su presencia, temiendo represalias por su traición y algo avergonzados por su desleal comportamiento, trataron de escabullirse precipitadamente, pero el muchacho les dio alcance.

Como es de suponer el encuentro estuvo lleno reproches, menos en realidad, de lo que merecían los dos hombres que habían tratado de liquidarle. Muy compungidos le pidieron clemencia pero Juanillo, que tenía más de un motivo para no confiar en ellos, les ofreció el perdón a cambio de dejarse marcar la espalda con las herraduras candentes de su caballo. Aunque les pareció algo duro el castigo, dado por una parte, su sincero arrepentimiento en ese momento y por otra, la superioridad del muchacho, aceptaron el escarmiento, todos se encaminaron a la herrería y allí fraguaron su plan, después de esto cada uno se fue por su camino.

Días más tarde, el rey a bombo y platillo anunciaba la boda de dos de sus hijas con los heroicos hombres que las habían librado del hechizo que las tenía cautivas, el sorprendido Juanillo que no se perdió palabra del bando real, se indignó tanto con la mentira, que decidió poner las cosas claras de una vez por todas. Nuevamente era víctima de la traición de sus pérfidos colegas.
-¡Y pensar que el día de la feria, creyó en un sincero arrepentimiento!

Decidido a no consentir que el soberano casara a sus hijas sin saber antes toda la verdad, el día de la boda se fue corriendo hacia palacio mezclándose entre la multitud curiosa que se agolpaba por los alrededores, cuando comenzó el desfile de la regia comitiva encabezada por el rey hacia la catedral, Juanillo gritó con todas sus fuerzas una y otra vez:
-¡Los futuros consortes son unos impostores....!
La gente indignada trataba de echarle de allí sin éxito, amparado por su superioridad física y por el ímpetu de la verdad, el muchacho resistió estoicamente el furioso e inesperado ataque de la muchedumbre, cuando el monarca se percató del revuelo pidió que llevaran a su presencia al alborotador, exigiéndole una explicación.

Entonces Juanillo contó, con pelos y señales, todo lo acontecido en las profundidades del pozo, el monarca (que naturalmente ignoraba los detalles del enigmático suceso) junto con el resto de la corte, escuchaba boquiabierto y ensimismado el sorprendente relato, y para que no quedara ningún asomo de duda, pidió a los novios que descubrieran su espalda donde estaban la marca de las herraduras de su montura, ante su rotunda negativa, nuevamente intervino el rey ordenando que lo hicieran, y allí estaba, marcada a fuego, la prueba evidente de su traición.

A pesar de que ya no quedaban dudas sobre la verdad del relato de Juanillo, el soberano llamó a sus hijas que al instante reconocieron al muchacho como su auténtico libertador. La última en aparecer fue Leonor que saltó de gozo al ver que su enamorado permanecía vivo. La bella princesa puso a su padre al corriente de la promesa que hizo en el pozo, éste aceptó complacido y bendijo las nupcias. Después de estas confidencias, que vinieron a poner las cosas en su sitio, llegó la hora del perdón, en el corazón del noble muchacho no había cabida para el rencor, también perdonaron el rey y sus hijas, y como ya estaba todo preparado con gran boato, fueron tres las bodas que se celebraron.

Cuenta la leyenda que Juanillo el Oso como rey consorte no tuvo parangón en la historia, llenando de felicidad su casa y a todo el reino, que fue el más próspero de la antigüedad.






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