El dolor de la pasión 1 y 2

por **ana maria** Dom 14 Ago 2022, 11:11

El dolor de la pasión

A él le gustaba pegar y a ella le gustaba que le pegasen. Esa es la definición que se impusieron cuándo mantenían relaciones estos dos hermanos. Pilar y Alberto descubrieron el sexo en la pubertad, pocos meses antes.

Ella, de 16, y el, de 15, pasaban todo el tiempo posible haciendo el amor aquí y allá, en un momento u otro. Siempre había un buen rato para afrontar el resto del día con una sonrisa.

Esta actividad vino como un juego. Conocieron la teoría del sexo en el colegio y quisieron pasar a la práctica. Alberto aún recuerda las palabras de su hermana:
-¿Quién mejor que tú, que eres de mi familia y me amas, para enseñarme esto?

Pero, tiempo después, Pilar descubrió que no se contentaba con ciertas posturas, que no era suficiente de esta o aquella manera. Necesitaba cosas nuevas. Así llegó el látigo, las esposas, hasta un saco en la cabeza.

Todo era poco para probar nuevas experiencias. A Pilar le gustaba el dolor. Le fascinaba más que ninguna otra cosa en el mundo, ella vivía para sentir, y los sentidos le respondían de una manera exquisita. Aún no se explicaba como había podido vivir tanto tiempo sin sentir el verdadero dolor.

“Dolor placentero”, como le gustaba nombrarlo. Disfrutaba pinchándose, rajándose, teniendo accidentes adrede… cada nueva y dolorosa experiencia, era para ella un mundo que debía explorar con atención. Maldecía a los paralíticos por su insensibilidad, y le fascinaban los ciegos, por todos los riesgos que corrían. Su sueño era vencer al dolor, y hacerlo a lo grande.

Unos días más tarde, mientras descansaban desnudos en la cama de sus padres, después de otra magnífica tarde. Pilar decidió abordar el tema.

-He estado navegando por Internet y he leído que se puede morir de dolor.
Alberto la miró.
-¿Y?
-Me gustaría probarlo
-¿Probar el qué?
-Exponer mi cuerpo al límite, sentir el máximo dolor posible sin morir.
-Corrígeme si me equivoco pero solo hay una muerte así. Y no es fácil decir “bueno, voy a parar ya”.
-¿A que tipo de muerte dolorosa te refieres?
-Me refiero a morir quemado.
-Explícame más.

-Parece increíble pero, ardiendo de pies a cabeza, tardas entre 10 y 15 minutos en morir quemado. Es mucho tiempo, comparado con lo que se ve en televisión –explicó Alberto.
-¿Y como va? –preguntó Pilar.
-El fuego va quemando tu piel y con ella todos tus receptores nerviosos que es lo que te duela a morir. Duele tanto que cuando tu piel se quema sientes paz y pierdes la consciencia… para siempre.
-Quiero probarlo –repitió Pilar.
-Te estoy diciendo que si te quemas de pies a cabeza las posibilidades de supervivencia son casi nulas. Más del cincuenta por ciento del cuerpo quemado es casi muerte.
-Pero…
-¡Escucha! Eres un poco sádica, te gusta que dé azotes y un par de cachetes en el

Continua…///

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por **ana maria** Dom 14 Ago 2022, 11:13

Continuación...///

-¿Estás seguro de que va a venir? –preguntó Pilar impaciente.

-¡Sí! Tu calla y estate quieta, que al final vas a morir antes de tiempo. Le he dicho que se venga a jugar, que tengo un par de videojuegos nuevos.
Un rato después sonó el timbre. Pablo, de 12 años, e hijo de la criada de la familia, había llegado a la casa para jugar con Alberto con quien mantenía una muy buena relación.

-Espero que me enseñes eso que me has dicho –dijo Pablo.
-Sí, sí, tranquilo. Ven a mi habitación.
-Me he traído mi man…

La frase no terminó. Lo que vio le dejó horrorizado. Al fondo de la habitación, en la ventana, la hermana de Alberto, Pilar, estaba totalmente desnuda y colgada de las cortinas. Al principio no lo comprendió bien pero luego se fijó en que eran púas lo que la sujetaba boca abajo. Aún así, la imagen de la chica lo excitó. Sin que tuviese tiempo para reaccionar, Alberto se fue, cerrando la puerta y atrancándola. Se quedaron Pablo y Pilar solos.

-Voy a desatarte.
-¡No! No te preocupes por mí, estoy bien. Estoy así porque quiero, ¿sabes? Nadie me obliga. Seguramente estoy enferma pero me encanta el sexo y el dolor.

La palabra “sexo” despertó al joven Pablo un leve cosquilleo en la entrepierna.
-Pero, estás sangrando por los tobillos, te vas a hacer daño de verdad si sigues así. Además, no sé a qué estáis jugando pero paso, quiero irme.
-Escucha, Pablo. Yo siempre te he gustado, ¿verdad? Sé que sí, aunque no digas nada. Noto como me miras cuando vienes aquí a veces. Ahora me tienes desnuda ante ti. Si me besas, me bajo y hago lo quieras. Prometido.
Pablo, ya muy excitado se acercó a sus labios, se agachó y los besó. En ese instante, sintió un temblor, como si sus pies despegaran del suelo.

Cuando despertó estaba todo a oscuras. Dos focos se encendieron, como si de un escenario se tratase. Uno lo iluminaba a él y otro a Pilar. Ya no estaban en la habitación, ese lugar quedaba lejos.
Pilar ya tenía ropa y no estaba colgada por los pies. Sonreía. Lo hacía de una manera extraña, como si disfrutase de algo al máximo aunque cerca suya no había nada que le pudiese provocar eso. Con un escalofrío se miró a sí mismo. ¡Estaba ardiendo! ¿Cómo no se había dado cuenta? No le dolía en absoluto, no notaba ni el dolor ni el calor de ni una sola llama de aquel infierno que era su cuerpo.

Sin embargo, Pilar se estaba ya retorciendo en el suelo, pero gimiendo, pidiendo más, a la vez que aullaba de dolor. Pablo no quiso saber nada más de este mundo. Lo único que supo antes de dormirse plácidamente, es que unos cuervos le estaban desgarrando su piel negra y carbonizada y él no se estaba enterado de nada.

Pilar abrió sus ojos y estaba tumbada en su cama. Lo primero que percibió fue un ligero olor a carbón. Entonces lo recordó todo. Cuando miró a su izquierda, Alberto seguía cortando trozos de la masa informe que fue Pablo y metiéndolos en una bolsa de plástico. Sonrieron e hicieron el amor durante toda la tarde.

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