Emoción

por **ana maria** Lun 17 Oct 2022, 13:45

Emocion

Nunca habían conectado. Pasaron juntos años sin llegarse a entender. Aunque siempre había sabido por su madre de él. En tiempos de guerra, un bachillerato superior no era baladí en un pueblo minero. Pero luchó, apenas un adolescente, por el bando contrario. Regresó a casa con una herida de guerra y el estigma de rojo en su piel. Se contentaron con arrebatarles las tierras. Pero si le veían pasear por la calle Mayor se acercaban a él para decirle que mejor estaba en su casa, que no se dejara ver. Y terminó encerrándose en un caparazón.

Trabajó en la mina, y en su tiempo libre grababa iniciales en los anillos para el joyero del lugar. Tiempos duros, difíciles, de poquedad. Pero la férrea determinación de su pareja iba tirando de él. No sabe mucho de aquellos tiempos, pero aún en su infancia podía captar su ostracismo, y percibir el sentimiento de algo roto dentro de él. Su pareja lo arrastró a la capital, en busca de un futuro para sus hijos, fuera de los miasmas de la mina.

Le costó adaptarse. Pero lo simuló. Aunque sus silencios siempre decían cosas de su fractura interior. Le escuchaba con buena voluntad sus explicaciones matemáticas, con las nunca supo lidiar. Pero una pantalla invisible los separaba. Cuando en los últimos tiempos del dictador se enzarzó en la lucha clandestina, esperó su aprobación. Pero solo encontró desconcierto. Quizás es que aún le atenazaban sus antiguos miedos.

Siendo el pequeño de todos, quisieron darle la luna. Los decepcionó. Se fue, “llamando a las puertas del cielo”. En busca de nuevas experiencias. Lo aceptaron a regañadientes, con una mezcla de reproche y comprensión. Menos de él, que persistió en su silencio hosco.
Durante mucho tiempo fue un poeta maldito, sin poesías. La madre tirando de él, intentando salvarle de una existencia que se descomponía. Pasaron tantas cosas, surcó tantas vidas…..Y la distancia entre ambos continuó.

Finalmente recompuso su universo y encauzó su vida por donde siempre había querido. Su madre notó su alegría.
Nunca es demasiado tarde para encontrar el camino. Cierto que tardó mucho tiempo en dejar de luchar contra si mismo y aceptar su idiosincrasia, pero mereció la pena. Sin embargo, nada cambió entre la barrera que se levantaba entre los dos.

La madre murió, con ochenta y siete años. Empezó a visitarlo con más asiduidad. Ver como ahogaba un sollozo al hablar de ella lo conmovió. Sabía que le gustaba leer, y empezó a llevarle libros. Tenía una buena biblioteca, siempre había sido un ávido lector.
Y se acortaron los espacios entre visita y visita, cambiando los libros leídos. Surgió cierta complicidad, auque la barrera nunca se rompió.

Cuando se enteró por una de sus hermanas que usaba una lupa para agrandar el efecto de las gafas, se le ocurrió comprarle unas nuevas. Se negó. Pero aprovechando que llegaba su cumpleaños un día fue por él y lo llevó al óptico. Y se las compró. Por primera vez hizo comentarios sobre sus cuadros al óleo, y sobre sus escritos. Se sintió dichoso al escuchar por primera vez en su vida palabras lisonjeras de boca de su progenitor.

Lo llevó a casa para comer y se sentó a su lado en el sofá durante la sobremesa. Como siempre, se mantuvo parco en sus palabras. Pero acaban de pasar las elecciones y el padre le preguntó si había ido a votar. El le dijo que si. Y el padre le pregunto: ¿Han ganado los tuyos? “¡Jodido viejo!, se dijo, ¡vaya elegancia a la hora de preguntar! Pues si, le contesto.

Cuando volvía de llevarlo a su casa, pensaba que la barrera seguía ahí, que aún continuaba. Aún a pesar del afán lector de los dos. Pero ahora sus paredes flaqueaban, embestidas por el cariño que ambos en sus silencios se profesaban.

“Nunca es tarde si la dicha es buena”, rescató, del viejo refranero de su madre.

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