Directo a la Tumba

Esa noche se sentía intocable, pensaba que podía hacer lo que le viniera en gana sin recibir castigo alguno, solo porque traía consigo un arma. Así que se dedicó a hacer las maldades de siempre; molestaba a las personas desde su auto, entró a varias tiendas para saquearlas, mostrando en todo momento su pistola para amedrentar a quien estuviera cerca.

Sin embargo, los planes no resultaron como él quería, pasadas algunas horas tenía más de diez patrullas persiguiéndolo por la ciudad aunque se les dificultaba darle alcance. El panorama cambió cuando el auto se detuvo, pues en su apretada agenda de fechorías no se dio tiempo para llenar el tanque.

La persecución entonces se hizo a pie, donde también llevaba la delantera, pues saltaba obstáculos con una facilidad tremenda, mientras los policías tenían ya problemas para respirar. Pero como le superaban en número, pronto se vio rodeado, teniendo que recurrir a esconderse entre los matorrales, en lugares cada vez más oscuros.

De un momento a otro, se vio atrapado en la profunda negrura de la noche, sin saber si quiera donde se encontraba… por unos minutos se movió entre angostos senderos, frondosos árboles y frías piedras, fue entonces que recurrió a su compañero inseparable, un encendedor con forma de serpiente. Al accionarlo se dio cuenta que estaba pisando campo santo, se encontraba en un cementerio, la frialdad que sentía en sus manos, venia de las lápidas.

No tuvo tiempo si quiera de reaccionar, de corregir su camino, cayó en un agujero por caminar distraído. Ya no se escuchaba el escándalo de su persecución, la había librado, pero ahora estaba atrapado en ese agujero con la espalda lastimada, inmóvil, tiritando de frio a causa de la niebla que bajaba sin tregua.

No valieron sus intentos por levantarse, ni tampoco sus gritos, con ellos solo consiguió que el velador se asustara, y huyera espantado del lugar, dejando que se congelara, que recibiera como castigo ir directo a la tumba, sin haber muerto.

Sufrió las inclemencias del tiempo por un rato, y luego con la última exhalación de fuego de su encendedor, se fue también el aliento de su dueño.