La Rubia

por **ana maria** Sáb 28 Nov 2020, 16:45

La Rubia

El sol comenzaba a ocultarse tras las cercanas colinas cuando el pequeño vehículo color rojo se detuvo, humeante, frente a la entrada de una vieja casona de aspecto imponente. Las largas horas de viaje y los quejidos del motor habían logrado arruinar el entusiasmo de la familia ante las deseadas vacaciones, más aún cuando comprobaron que no quedaban alojamientos disponibles. Al parecer las altas temperaturas del verano habían hecho aumentar el número de visitantes de la zona y todas las cabañas cercanas al lago, donde solían alojarse, estaban ocupadas.
Mientras todos reclamaban y se abanicaban dentro del auto, la madre bajó del vehículo y procuró encontrar un buen lugar para pasar la noche. Al cabo de unos minutos regresó aliviada y anunció que había encontrado a un hombre dispuesto a rentarles su casa, pero se encontraba a unos cuantos kilómetros del lugar, en un pueblo cercano.
Mediante un nuevo esfuerzo del motor consiguieron llegar a duras penas hasta el lugar.

Era una casa grande y vetusta, que seguramente en otro tiempo había lucido una reluciente fachada y un hermoso jardín. Ahora, en cambio, la pintura descascarada de las paredes y la vegetación exuberante que trepaba salvaje por los muros reflejaban un notable abandono.
Mientras todos bajaban sus bultos y mochilas, el matrimonio procedió a inspeccionar la casa, que evidentemente llevaba un tiempo deshabitada, pero se mantenía en buen estado. Dejaron el vehículo estacionado a unos metros de la casa, mientras el motor comenzaba a enfriarse lentamente.

Tras abrir las ventanas para renovar el aire enrarecido por el encierro y acomodar sus pertenencias, todos se sentaron a descansar en los sofás de la sala. Observaron, asombrados, la exquisita decoración del interior. Aunque un poco lúgubre, todos se mostraron conformes con la amplitud de la casa, mucho mayor que la de las rústicas cabañas cercanas al lago.

Cuando uno de los niños apartó la polvorienta cortina para vislumbrar el jardín, notaron que una espesa bruma había envuelto repentinamente la noche. Al asomarse por la ventana comprobaron que la niebla era tan densa que ni siquiera podían distinguir el auto aparcado a pocos metros de allí.
Sin embargo, no se preocuparon: Sabían que el clima era un poco incierto por aquella zona, seguramente era un fenómeno producido por el agobiante calor de los últimos días.

Continuaron hablando y haciendo planes para el día siguiente. Al parecer había mejorado bastante el humor de todos al bajar del calor infernal del pequeño automóvil y poder sentarse a descansar en un cómodo sofá.
Comentaban aliviados la suerte de haber encontrado aquella casa: de lo contrario habrían debido regresar a buscar alojamiento a la ciudad más cercana, distante a unos cincuenta kilómetros del lago, lo que habría terminado por hacer colapsar el recalentado motor del automóvil. La madre explicó que un hombre de mediana edad se había ofrecido amablemente a arrendarles la casa, que estaba bajo su cuidado. Comentó que vivía allí con su esposa pero que esa noche la pasarían en el lago. Le entregó la llave prometiendo estar allí a primera hora del día siguiente para cobrar el dinero de la renta.

De pronto las luces parpadearon ligeramente, dejándolos a oscuras durante unos momentos, suficientes para vislumbrar una sombra que pasaba rápidamente por la ventana.
Silencio.
Todos se sobresaltaron cuando escucharon unos potentes golpes en la puerta. Afuera, la niebla se volvía cada

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