Pequeños orgullosos, logros humildes

El pasado 8 de diciembre, cuando coloqué el último adorno en el arbolito de Navidad, me detuve a mirarlo y sentí algo muy parecido al orgullo. Se veía precioso, cuidadosamente decorado. Cada adornito, especialmente elegido, engalanaba su figura, y su presencia embellecía mi hogar.

Me quedé pensando en que esa tarea mágicamente realizada junto a mi familia me hacía sentir orgullosa, y eso trajo a mi mente otras tantas cosas, en apariencia pequeñas, que me hacían sentir igual.

El orgullo no siempre es bueno y, lejos de permitirnos crecer, nos empequeñece como personas y nos aleja de los demás. Sin embargo, bien visto, y sobre todo bien sentido, el orgullo es una hermosa sensación. No siempre se necesita un gran logro para sentirnos orgullosos de algo. Recibir un título, tener un hijo, conseguir un buen trabajo son cosas que nos producen bienestar. Sin embargo, hay otras cosas en la vida, sin duda en mayor cantidad, pequeñas y simples, que nos provocan orgullo.

Una comida que a todos les ha gustado, una linda manualidad que elaboramos, una planta que, gracias a nuestros cuidados, creció espléndida, son algunos ejemplos.

Superar un miedo, vencer una dificultad, aprender algo, amigarnos con una tarea que no nos gusta, dominar un defecto, son triunfos que nos hacen más felices y mejores.

En este orgullo bien entendido, radica el afán de superación, las ganas de mejorar, de aprender, el no bajar los brazos. Es maravilloso celebrar estos logros, mirar algo y admitir que lo hemos hecho muy bien.

Este orgullo nada tiene que ver con la soberbia, no es altivo, no quiere demostrarle nada a nadie, se trata de una sensación interna, una alegría para el alma, nada más, nada menos.

Tal vez, nos resulte más sencillo enojarnos con nosotros mismos cuando las cosas no nos salen cómo queremos, pero ¿qué pasa cuando sí salieron como deseábamos?

Creo que la felicidad que encontremos en hacer bien las cosas nos ayuda a crecer, a superarnos día a día, a saber que podemos dar más. Quizá nadie se entere de nuestro logro cotidiano, y es correcto que así sea, pues este orgullo humilde, valga la contradicción, es silencioso y personal. Bastará con dedicarnos una gran sonrisa frente al espejo y continuar nuestro día.
AUTOR: LIANA CASTELLO (argentina)