Cuaderno de Calificaciones

por **ana maria** Jue 04 Nov 2021, 16:02

El cuaderno de calificaciones

El cuaderno de calificaciones de Seppli era verdaderamente lamentable. Las notas bailaban ante los ojos del muchacho cuando éste abrió el librito. Con estas notas no podía presentarse ante el severo padre. Cuando cruzó el puente, camino de su casa, lo contempló por última vez y empezó a lamentarse de que todas las calificaciones eran inmerecidas.

El cuaderno, que no decía más que la pura verdad, no pudo seguir escuchando esto por más tiempo. Saltó de un brinco por encima de la barandilla, dio varias volteretas, alegremente, sobre sí mismo y se meció luego sobre las olas. Mientras, el arroyuelo seguía su curso y cantaba:
Siempre contento, siempre alegre,
como el ratón en la avena.

Sus palabras parecieron tan consoladoras para Seppli, que el muchacho se encaminó de buen humor a su casa. La sopa humeaba ya sobre la mesa, y todo fue magníficamente hasta que llegó la temida pregunta:

- Seppli: ¿cómo han resultado las calificaciones?
¡Ay, qué espanto!
- ¡Bien! - mintió el bribón, tan tranquilo como le fue posible.
- Enséñamelas, hijo mío.
- Lo haría con gusto, padre, pero en estos momentos están nadando por el arroyo y están ya Dios sabe cuán lejos.
- ¿Dónde? ¿Cómo es esto? ¡Vaya!

El padre hizo girar los ojos, pero el pillín puso una cara de la mayor inocencia, mientras la madre servía la sopa.
Vosotros pensaréis, tal vez, que con ello ha concluido ya la historia. No, hasta ahora no ha hecho más que empezar.

Mientras, el cuaderno con las calificaciones bailaba por el arroyo de un lado a otro y daba vueltas sobre sí mismo. Pero el perrillo de Seppli lo había visto todo.
El fiel animal no se dirigió paseando a casa como el despreocupado Seppli, sino que, sin vacilar, se lanzó tras el cuaderno, nadó en las olas, y ¡guau-guau! lo pescó finalmente entre los dientes. Ya en la orilla, se sacudió la piel y luego se encaminó, orgulloso de su hazaña, a casa.

Empero, encima del muro del jardín estaba el negro gato. Al ver a su viejo enemigo, arqueó furioso el lomo, lo que obligó al perrito a detenerse como petrificado.

- ¿Crees, acaso, que me asustas? - refulgían los ojos verdes.

Esto ya era demasiado. El perrito dejó caer el cuaderno y corrió hacia el muro. Mientras los dos bufaban y ladraban, voló Krah el gran cuervo, hacia allí, y se llevó consigo el cuaderno a su nido para sus pequeños. Los pequeños cuervos aprendieron allí las cifras, aunque sólo 3 y 4, pues no había otras en el cuaderno.

La tía cigüeña, que habitaba en el viejo abeto, no tardó en darse cuenta de que los jóvenes cuervos se volvían más inteligentes a cada hora. Entonces voló tranquilamente al nido del cuervo y robó para sus pequeños un pedacito detrás de otro, hasta que finalmente no quedó ya ninguno en el nido del cuervo.

Sin embargo, los hijos de la cigüeña no sentían tanta vocación para aprender como los pequeños cuervos. Por ello se limitaban a picotear, sólo por placer, con sus agudos picos el hermoso papel hasta destrozarlo; y un día, cuando la tía cigüeña salió para una larga expedición en busca de comida, arrojaron toda la papelera sabiduría fuera del nido.

En un momento, todo el suelo del bosque apareció cubierto de pedacitos de papel, y sobre cada uno de ellos podían leerse importantes palabras y cifras. Los conejitos y los ratones del bosque también los royeron.

Vosotros queréis saber ahora, a buen seguro, algo más de Seppli. Pues bien: éste durmió espantosamente mal la noche del sábado al domingo. Aun cuando no dejara de repetirse continuamente en voz baja:
Siempre contento, siempre alegre,
como el ratón en la avena.

no podía volver a sentir aquella placentera alegría imprescindible para poder dormirse. Cuando, por fin, cerró los ojos, soñó que bailaba con un bastón de avellano; por último, era, sin embargo, el bastón el que acababa bailando sobre sus espaldas y sobre la parte que está algo más abajo, y esto escocía tanto que Seppli saltó de la cama, derribó una silla y, con el ruido, despertó a todo la familia. El padre sintió deseos de hacer bailar el verdadero bastón de avellano, pero desistió de ello por ser una mañana de domingo.

Por la tarde la familia dio un paseo por el bosque.

- ¡Guau-guau! - ladraba alegremente el perrillo corriendo delante de ellos. Fue el primero en llegar bajo el gran abeto, y cuando volvió de allí traía entre los blancos dientes un pedacito de papel, mientras agitaba alegremente el rabo, como si hubiera encontrado un testamento.

Sobre el papel decía "Seppli", y "lectura: 3".
El padre quedó boquiabierto ante tal sorpresa. El perrito trajo todavía más pedacitos de papel.
"Cuentas: 4".
El padre sacudió la cabeza.
"Aplicación: 3".
- ¡Bribón! - exclamó el padre -. Pero Seppli estaba ya oculto tras las protectoras faldas de la madre.
- Ya se corregirá - dijo la madre dulcemente.

Entonces Seppli derramó sinceras lágrimas, las cuales disiparon toda la indignación del padre y también la pereza del chiquillo.

Quien no lo crea, que vaya y lo pregunte al maestro de Seppli.

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