No fue un Sueño

por **ana maria** Mar 02 Mayo 2023, 13:37

No fue un sueño.

Mi amiga… (Perdonad que no os diga su nombre, pues mi amiga es un poco tímida y no quiere ser protagonista), es una mujer muy especial. Enamorada de la vida, feliz en la naturaleza, amiga de los árboles y las plantas, cariñosa con los animales cercanos. Pues como os iba diciendo, mi amiga estaba muy preocupada: uno de sus árboles favoritos del jardín, se estaba secando.
El excesivo calor, la falta de lluvias, causaba un daño importante en el lindo mandarino que tenía en el centro de su jardín. La tristeza se apoderó de su ánimo y dos lágrimas asomaron a sus ojos. En ese instante un agujero se abrió a sus pies y mi amiga se encontró cayendo por él.

Era como una madriguera de paredes pulidas y tacto suave y se deslizaba por ella como si fuera un inmenso tobogán. En un momento determinado se encontró corriendo como si fuese un conejo que recorre la hura buscando la luz. De pronto se encontró con un nivel de agua y mi amiga sintió como si formase parte de la misma agua y circulase rápido en la corriente por ríos subterráneos hasta aflorar por un manantial al aire libre, al brillar del sol en medio de un campo verde y una arboleda frondosa.
Cuando el agua bañó las raíces de uno de los viejos sauces que se encontraban en la ribera del arroyo, mi amiga se encontró convertida en la savia que recorría el tronco. Una savia que llegaba hasta las ramas y desde ellas se extendía hasta las últimas hojas.

Un zorzal se detuvo un momento al cobijo del sauce y mi amiga se vio revestida de plumas, con un par de maravillosas alas que la llevaron por el aire. ¡Qué enorme ilusión! Surcaba el espacio en un vuelo lento, curioseando aquel mundo que la rodeaba y llenaba de asombro. Sus alas se movían acompasadas y la conducían a donde los ojos curiosos y exploradores dirigían la mirada. En su volar recorrió la pradera, remontó un pequeño valle, contempló allá abajo como el arroyo en que había sido agua, se tornaba riachuelo y corría alegre y cantarín entre piedras, reflejando en la superficie las flores de la orilla.

Un tupido techo de ramas formaba el cielo de un bosque llamativo. Dirigió su vuelo hacia allí y se posó en la rama de un roble centenario en el mismo momento en que una ardilla pasaba cerca. Se halló en ese momento convertida en una ardilla inquieta, curiosa, rápida y hambrienta. Trepó por el tronco del roble, saltó de una a otra rama, hasta que al final se topó con una hermosa bellota dorada. Era el fruto escogido de los robles ancianos, aquellos que, según las leyendas, provenían de la Edad de Oro de la Tierra.
Los rápidos y cortantes dientes de la ardilla separaron el rabo de la bellota y en un elegante planeo, ardilla y bellota llegaron al suelo. De nuevo se encontró convertida en mujer, con una bellota dorada en la mano. Se hallaba en un pequeño claro del bosque, con hierba fresca, tierna, donde se podían ver una setas de considerable tamaño, con unos sombreretes de fuerte color rojo con lunares blancos. Hummm... son asientos de las hadas, pensó mi amiga. Y lo pensó de un modo precipitado, sin tomarse tiempo para comprobar la realidad. Le vinieron a la mente los cuentos de un viejo amigo sobre los claros en los bosques donde hacen sus fiestas las hadas y los elfos. Se descubrió sonriendo.

Y ocurrió lo impensable, una bellísima hada se presentó en el claro. La miró con un gesto amistoso.

-Hola- dijo el hada mientras la miraba.

- Me llamo Titania y ya tenía ganas de conocerte.

Mi amiga se sorprendió. Alguna vez había comentado que le gustaría visitar la Tierra de Titania y Oberón. Pero que la propia Titania dijese que tenía ganas de conocerla, resultaba encantador.

Supongo que no os resultará extraño que os diga que estuvieron hablando mucho tiempo. Le contó cuántas historias sabía de aquella Tierra encantadora y especial. Le habló de la tristeza que sentía por lo ocurrido a su mandarino.

Entonces, Titania se fijó en las dos lágrimas que brillaban en los ojos de mi amiga. La reina de las hadas transformó la bellota en un pequeño frasquito de cristal, recogió en él ambas lágrimas y añadió un poco de savia del roble, un poco de rocío del que se formaba sobre las setas y el brillo de la luz que se filtraba tamizada por el techo de hojas que formaban las ramas de los robles. Tapó el frasco y se lo entregó. Encargó a mi amiga que su contenido lo echase al pie del mandarino. Mi amiga afirmó que así lo haría.

En el tiempo que se tarda en parpadear una vez, mi amiga se encontró de nuevo en su jardín. Sentía la amargura de su árbol preferido herido de muerte. La cabeza le daba vueltas. Creía haber tenido un sueño extraño.

Pero en su mano estaba el frasco que Titania le había dado. Pensó que, por muy raro que pareciese, lo ocurrido era real. Vertió el contenido del pequeño frasquito en el lugar donde el tronco del mandarino surgía de la tierra.

Era ya tarde. Entró en la casa, cenó ligero y se acostó.

A la mañana siguiente, nada más despertar, se asomó rápidamente al jardín. En el centro, grande, hermoso, cuajado de blancas flores que desprendían una fragancia espléndida, lucía vivo el mandarino de mi amiga.

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