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La Tía Berta
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La Tía Berta
LaTía Berta
Ya oscurecido, pues los días de invierno aquí oscurece pronto, las gentes del pueblo acostumbran a reunirse en alguna de las casas con el fin de aprovechar el tiempo, contar y escuchar historias y pasar así las tardes de un modo más entretenido.
Las mujeres mayores traen sus ruecas para hilar y entre charla y cuento, van desapareciendo los copos de lana y se van formando los ovillos. Seguramente por eso, a estas reuniones se le llama “filandón”.
Hoy tocaba reunión en la posada, de la que yo era único huésped y, poco a poco se fue reuniendo el vecindario al amor de la cocina de carbón, que hacía más agradable el ambiente. Por la cantidad de madreñas que había a la puerta, se podía asegurar un gran número de visitantes. Se fueron acomodando como si cada uno conociese ya su sitio y en breves momentos una charla animada como un runrún se fue extendiendo por la cocina..
Al cabo de un rato, apareció Froilán, venía de la cuadra, de asegurarse que las vacas estaban bien, las puertas cerradas y la paja de las camas preparada. Lentamente se fue haciendo el silencio, mientras Froilán liaba parsimoniosamente un cigarro, que encendería con su mechero de yesca.
- ¿Nos contarás hoy una historia?-, preguntó Fermina.
- Sí, hoy te toca contar. Además eres el mayor de todos y sabes más cuentos que ninguno- , clamaron varias voces a coro.
- Veré si me acuerdo de alguna-… se rascó la cabeza por debajo de la boina, dio una calada profunda al cigarro…
- No sé si os he contado la de la tía Berta, que ocurrió cuando yo era niño…
El meneo de cabezas le hizo ver que aquella no era una historia conocida. De modo que se acomodó en el escaño, cruzó las manos sobre el pecho, cerró los ojos para hacer memoria y comenzó.
“Cuando mis padres eran todavía mozos, los inviernos eran peores que los de ahora. Grandes nevadas cerraban los caminos y como no se disponía más que de palas y los animales, los pasos permanecían cerrados durante varias semanas y se daba el caso de tener que abrir túneles de una a otra casa para poder comunicarse con los vecinos.
La tía Berta, era una mujer, no diré de mal carácter, pero sí de genio. Había ido de joven a casarse con un emigrante del pueblo que estaba en Cuba. Allá se apañaron la vida con bastante esfuerzo, pero aconteció que un mal día su esposo se descuidó y cayó en un pozo, donde perdió la vida.
Pocos meses después ella sufriría un percance, escaldándose la pierna derecha, apareciendo luego una infección que obligó a amputar la extremidad. De modo que en unos años, volvió al pueblo con algún dinerillo ahorrado, sin marido, una pierna de madera y el genio vivo.
Y así estaban las cosas en el pueblo, cuando llegó uno de aquellos terribles inviernos. La nieve cubría las calles, los tejados crujían bajo el peso de tanta nieve y sólo se salía de las casas por lo más estrictamente necesario.
El cercano monte imponía con su blancura prestada y apenas las copas de los más altos árboles se asomaban ente la nieve. Los lobos se habían quedado sin presas y azuzados por el hambre se iban acercando a los lindes del pueblo. Era una manada de cinco o seis lobos, dirigidos por un perro asilvestrado que llamaban Turco y que hacía dos primaveras que se había ido de la majada del tío Ambrosio, detrás de una loba en celo.
Con el frío, la mayor parte de la gente del pueblo no asomaba la nariz más allá de la puerta. Las legumbres, los chorizos, el lomo de la olla, junto con el roble cortado en primavera, permitían un buen pasar a los vecinos.
Pero ocurrió que una tarde la tía Berta quiso acercarse hasta la iglesia para poner una vela y rezar unas oraciones a Santa Bárbara, de quien era muy devota. Por más que la insistieron en casa, no hubo manera. Cabezota como ella sola tomó las llaves de la iglesia y, arropada en la toquilla gorda y apoyada en el bastón de nudos, para allá se fue.
Ni os cuento la dificultad del camino. El suelo como un cristal. La ventisca que comenzaba a soplar hacía más dificultoso el avanzar. Por fin llegó a la Plaza de la Iglesia y tuvo la mala suerte de tropezarse con Turco y sus lobos por allí rondando. En cuanto la vio el Turco se encaró con ella, pues aunque no muy rolliza y, seguramente dura, algo era algo a la hora de echarse comida a los dientes. La tía Berta así que vio el panorama, se encomendó a Santa Bárbara y se preparó para lo que pudiese venir.
El Turco se abalanzó sobre ella y mordió con rabia y ganas, pero lo hizo sobre la pierna de madera de la tía Berta. Clavó allí los dientes y mientras tanto con el bastón de nudos, sin perder su presencia de ánimo, la tía Berta le propinó una larga tunda de cachavazos en el lomo, las patas, la cabeza, donde pillara.
El pobre animal cohibido, no encontraba escapatoria y el resto de lobos, ante el cariz que tomaba el evento, pusieron pies en polvorosa. Acertó con un bastonazo en el morro y con el golpe y harto dolor, dejando dos dientes clavados en aquella pata de palo, pudo el Turco huir sin vergüenza, poniendo nieves por medio de aquel demonio que de tal modo lo había castigado.
Al día siguiente, todo el pueblo pudo ver los dos dientes del animal todavía clavados en la madera. Preguntada la tía Berta si había pasado miedo, respondió: - Miedo… si no se llega a soltar el bandido, lo deslomo!!
Es debido a esto que ha quedado entre nosotros el dicho TIENES MÁS VALOR QUE LA TÍA BERTA, aunque muchos de vosotros no supieseis el porqué”.
Unos rieron el final del cuento y otros asentían poniendo por fin cara a un dicho que había hecho fortuna entre los paisanos. Se fueron levantando y despidiendo. Calándose la boina los hombres y abrigándose con las pellizas. Arropándose con las mantillas y anudando bien los pañuelos las mujeres.
Un aire frío entró por la puerta abierta un instante y la noche se hizo presente. Froilán hizo intento de liar otro cigarro, pero la mirada de su hija le hizo desistir.
- Buenas noches. Que descansen todos bien-
- Buenas noches -, respondí y me quedé unos instantes intentando imaginar la dureza de aquellos inviernos.
ana maria- ♕-Princesa
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