El Concierto

por **ana maria** Sáb 06 Ene 2024, 12:04

El concierto

En las ruinas de lo que fue la gran Abadía Benedictina de Domnos Sanctos, se conserva la que se conoce como Capilla de San Mancio. Una nave alargada, de altos techos, con una bóveda de cañón que sujetan unos arcos fajones y un par de ventanas de claro perfil románico que dan fe de su pertenencia a la fábrica más antigua de la abadía. En la última restauración se limpió la piedra, se colocaron unas verjas que permiten ver la capilla desde el exterior y se dedicó a espacio cultural.

Allí teníamos montado el escenario, con la megafonía que nos había facilitado el Ayuntamiento, algo que habíamos logrado a pesar de las sonrisas escépticas que nos mostraron sus componentes, cuando unas semanas antes les comunicamos nuestro deseo de participar en el Encuentro de Juglares que iba a tener lugar.
- ¿Vosotros? ¿y qué vais a hacer?- preguntaron con cierta desconfianza.

– Cantar – dijimos

– ¿Pero qué vais a cantar? - insistieron

– Pues romances. Romances del Romancero Viejo de León.

No estaban muy convencidos, pero al fin y a la postre nos dieron una hora, un día y un lugar donde participar.

Y allí estábamos, con nuestros vestidos de juglares, las guitarras y los nervios a flor de piel. Conmigo estaban Valentín, mi amigo del que tantas veces os he hablado y su hijo Jorge.

Aquella aventura había comenzado de la manera más singular: después de comer juntos un día, en la sobremesa, cuando la digestión y el café van espabilando un poco el humor, nos pusimos a cantar. Las canciones de siempre, las populares, pues son las que todo el mundo sabe y las que suscitan mayor participación. El caso es que, tras un extenso repertorio, comenté a la buena de Dios:

– Si hubiese alguien que me acompañase a la guitarra, me comprometía a cantar en el Encuentro de Juglares – dije yo.

– Pues yo toco la guitarra y mi hijo Jorge, todavía mejor que yo – comentó Valentín.

Y ya no hubo más. Unas tardes juntos para buscar repertorio y horas de ensayos hasta conjuntarnos.

De este modo se había preparado y ahora nos encontrábamos metidos hasta la cintura en tamaña historia.

Mentiría si dijese que no estaba nervioso. Dicen que tienes mariposas en el estómago, yo creo que tenía reactores, que no me dejaban parar. Para colmo de males, creo que me dolía la garganta. Y te viene a la cabeza que así no vas a poder cantar. Hacía calor, mucho calor, lo que no era ningún misterio pues estábamos en pleno mes de julio. Delante de nosotros se abrían filas de sillas vacías, que daban un aire desangelado a la capilla. Jorge y Valentín afinaban dando los últimos toques a las guitarras y probaban la instalación de los altavoces y la mesa de mezclas para que todo estuviese a punto. En esos momentos tenía la sensación de haber hablado de más, lamentando por qué me había enredado en toda esta historia, con esa impresión de que saldrían mal las cosas y haríamos perder el tiempo a las buenas gentes que se acercasen por allí, si es que alguno llegaba a hacerlo.

Un alma caritativa nos trajo unos refrescos y nos retiramos a una pequeña sacristía que se abría en una de las paredes.

Cuando llegó la hora, salimos al escenario y la sorpresa fue mayúscula cuando vimos la sala a rebosar, donde no quedaba ni un asiento libre. La gente aplaudía y a mí el corazón se me salía del pecho. La concejal de Cultura, nos presentó, tarea fácil, pues en el pueblo nos conocíamos todos; un silencio curioso e intrigado acogió el final de sus palabras. Me costaba meter aire en el pecho. Sonaron los primeros acordes de las guitarras y el bordoneo en la que tocaba Valentín. Sin casi darme cuenta, empecé a cantar, con una voz que se hacía firme y llenaba la sala:

“A cazar iba Don Pedro,

Don Pedro como solía.

Los perros lleva cansados

y el bastón perdido había...”

Durante doce años llevamos romances viejos a los pueblos , las villas y las ciudades de León.

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