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Trescientos noventa y ocho
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Trescientos noventa y ocho
«Trescientos noventa y ocho.
Trescientos noventa y nueve.
Cuatrocientos.»
Cuatrocientos constantes golpes que habían resonado en cada esquina de aquella nívea habitación, quizá, pensó, no había batido su record, pero su muñeca le exigía parar, así que simplemente dejó su brazo caer sobre su regazo, sin darle importancia a la dirección en la que rodó la pelota ya que, la próxima vez que la necesitase, la tendría a no más de diez metros de él. En lo que él llamaba “su espacio”. Su mundo. Su mundo constituía no más de cuatro paredes, tan blancas como su intangible piel a la cual ni un triste rayo de sol había conseguido nutrir. Podía llegar a imaginarse cómo sería estar bajo un cálido día de verano por los libros que leía, que tenía a su alcance una vez cada mes, pero jamás podría llegar a imaginárselo con tanta viveza como lo imaginaría cualquier otro, hasta el más mínimo detalle de lo que leía en los libros le constituía una nueva duda y unas mil y una respuestas alternativas. De todas formas, él desechaba esas dudas con mucha facilidad ya que podía volver a retomarlas en cuestión de segundos, con lo único con lo que había tenido eso a lo que llaman libertad, con su mente. Esas cuatro paredes le separaban de cualquier otro rastro de vida y evitaban que su redondo entretenimiento se escapase de él.
Al levantarse su espalda se quejó por el tiempo transcurrido en la misma posición, sintió molestia.
«¿Se llamaba así?, se preguntó, molestia.
Perturbación, fatiga.
¿Perturbación?
Alteración del orden o del desarrollo normal de algo.»
Sintió una pequeña presión en la sien y cerró los ojos de inmediato. Su cuerpo le exigía que parara de intentar encontrarle algo más que la lógica aprendida a las palabras, que había leído días antes por trigésima quinta vez, de aquel único libro que siempre tenía a su alcance y no sólo una vez al mes: Diccionario. Así que lo hizo, porque él, su cuerpo, sin remedio, era el único dueño de su mente y con esto de la libertad que esta le suponía. Odió su cuerpo por esto y ni siquiera lo supo, ya que no identificaba el sentimiento que le invadía. Tampoco tenía tanta importancia que intentase sentir aquellas palabras para saber a qué se referían, ¿no era así? Resultaba estúpido, no necesario, concluyó.
«Curiosidad.
Deseo de conocer lo que no se sabe; deseo de saber lo que no nos concierne.»
El leve chirriar de la puerta le hizo sentirla, porque era curiosidad, ¿verdad? «Deseo. Fuerte inclinación de la voluntad hacia el conocimien…»
De nuevo la presión. La puerta se cerró y volvió a desechar aquel sentimiento que le proporcionaba quebraderos de cabeza, un conocido olor inundó la habitación. Era una persona muy consciente de sus sentidos. Una persona muy sentida sin capacidad de identificar lo que siente.
- ¿Puedes sentarte? – preguntó el ser que había invadido su espacio. El ser que había estado fuera.
Su mirada se posó en él. Podía, ¿por qué lo preguntaba? Siempre que ese mismo ser se decidía a invadir su espacio lo preguntaba. A lo mejor él no podía, aunque parecía tenía las mismas, – incluso más –, capacidades físicas que él. Los ojos del hombre esperaban una respuesta.
En ocasiones, en los libros, las respuestas se basaban en actos, o nunca había una, dejando un final abierto. Dejando a la mente vagar entre lo que podía haber ocurrido y lo que no. Entre las posibilidades de lo que ocurriera: lo que uno quería que pasase, y que ocurriera lo que uno no quería que pasase.
Las siguientes palabras que el hombre pronunció ante su impasividad y su mirada incrédula las rememoró su mente antes que él.
«Siéntate, Jack»
- Siéntate, Jack
Lo hizo, no tenía motivos para no hacerlo. Se sentaría cuando aquel hombre abandonase su mundo, se sentaría cuando se despertase al día siguiente, cuando estuviese cansado de estar de pie. Y como sabía hacerlo, se sentó en ese momento.
El hombre había dicho que ellos dos eran iguales cuando él había preguntado, que tenían “dos piernas para andar, ojos para ver, cuerpo, cabeza. El latir de un corazón que los mantenía con vida”, Jack casi siempre comprendía las cosas rápido, sin dificultad, en la teoría claro está. Y comprendía que a pesar de que físicamente estaban capacitados para lo mismo, no eran iguales. Él podía salir, y Jack no. Si eran iguales, ¿por qué tenían aquella gran diferencia? Una diferencia que, quisiese él o no, implicaba toda una vida de distintas oportunidades.
El cuerpo del hombre se acuclilló frente a él y sus manos se ocuparon de hacer lo que siempre hacían, agarró su muñeca, lo cual le provocó una leve “molestia” y preparó su brazo. Jack siguió con la mirada el instrumento que portaba en sus manos, una jeringuilla, según había podido encontrar en aquella enciclopedia. Se utilizaba para inyectar sustancia medicinales, o no medicinales, en un organismo.
- Medicamento – su voz no fue forzada, las palabras salieron según el volumen que querían, no sentía necesidad de alzar la voz, a pesar de que extrañamente su cuerpo siempre esperaba reacción por parte de él a sus palabras, y él no las había escuchado. En esta ocasión el hombre mostró atención a sus palabras y sus ojos verdes se posaron en los suyos, ¿de qué color serían los suyos? Quizá había logrado ver por el reflejo de la tapa de algún libro con un recubrimiento brillante levemente sus rasgos, pero muy levemente, pero jamás había logrado ver el color de su mirada, eso era algo que le concernía, ¿no? Lo que sentía hacia el color de su mirada, ¿era curiosidad? – sustancia que se administra con fines curativos o preventivos de una enfermedad. Enfermedad: alteración de la salud. Enfermo. Que padece alguna enfermedad. – sus palabras siguieron dictando lo que había aprendido con la lectura esperando que al hombre no le costase encontrar la relación entre ellas.
- No estás enfermo.
No se tensó ante el pequeño cosquilleó que le produjo la aguja al introducirse en su piel, estaba acostumbrado a él. La primera vez que lo hizo, o que recordase que lo hizo, se tensó y su cuerpo lo rechazó con dolor, algo que a pesar de que está ahí en ocasiones, es innecesario. Cuando todo el líquido desapareció del interior de la jeringuilla apartó la misma y presionó un trozo de algodón contra la marca morada que siempre lucia en su brazo derecho.
- Medicamento – volvió a repetir Jack, pero él habló antes de que pudiese proseguir con su descripción.
- Sustancia que se administra con fines curativos o – hizo una pequeña pausa y volvió a mirarlo, para recalcar la siguiente frase según me habían explicado las personas que entraban allí para enseñarle cosas que ya había leído – preventivos.
- Hay distintos tipos de enfermedades, ¿cuál de ellas es la que prevengo?
- El sol es algo importante, sin él tu cuerpo se debilita, lo pasas mal. Por eso previenes el mal estar.
- Es decir, el sol no es inútil, es necesario.
- Exactamente – frunció el ceño, no entendía sus palabras.
- Es necesario evitar, o eliminar, las cosas inútiles para que en un futuro no estorben, molesten o estropeen planes que pueden traer beneficios, en cambio, existen otros tipos de cosas, las útiles, pero de las que uno puede discernir cuando quiera, o las estrictamente necesarias. Puedo discernís de estas inyecciones si saliese. – el hombre asintió cuando terminó la última frase, pero no aportaría nada más, lo sabía. Ni una razón. Ni información extra. Nada. Porque ese era su trabajos. Inyectarle cosas vía intravenosa y marcharse. Dejó la jeringuilla usada sobre la cama, incorporándose y buscando la siguiente cápsula que tendría que inyectarme en su maletín.
Él era el que se encargaba de que no sintiese mal estar, por eso entraba cada día y le inyectaba esas medicinas. Pero si saliese, ¿se volvería inútil?, ¿acaso era él el que le mantenía entre esas cuatro paredes? Porque si no estuviese allí, él tendría que ser eliminado, ¿no es cierto?
«Egoísmo…»
Una palabra que entendía a la perfección. La palabra que le llevó a moverse lo más rápido que sus músculos le permitían. Si él actuaba con egoísmo, Jack también podía hacerlo. Él también quería hacerlo. El hombre no tendría que cuidar más de él, así que se volvería inútil… Y tenía que ser eliminado.
Al volver a aculillarse frente a él, lo golpeó contundentemente en la sien, con su codo lo inutilizaría temporalmente, no importaría la fuerza, la velocidad y la técnica lo dejaría confuso. Lo había aprendido leyendo. Perdió la estabilidad y casi cayó al suelo. En ese preciso momento, Jack cogió la jeringuilla y la llenó de aire. No le dio tiempo a calcular suficiente la localización exacta de la arteria carótida, pero bajo la presión de su piel contra la jeringuilla se la incrustó en el cuello y le inyectó el aire en la vena. Moriría.
Murió.
Fue cuestión de minutos para que surgiese el paro cardíaco que le proporcionaría aquella burbuja de aire en su corazón a través de la sangre.
En los libros una muerte es dolorosa, es cruel. En los libros se describe el miedo hacia ella, tal vez, el terror a lo desconocido, ¿terror a lo desconocido? Miró hacia la puerta. Estaba abierta. Podía salir. Se llevó una mano al estómago e inspiró aire. Miedo. A lo mejor era eso lo que sintió cuando las yemas de sus dedos rozaron el picaporte de la puerta. No lo sabía.
Pero esa cosa a la que llaman remordimientos, nunca la conocería.
Rikkavp
ana maria- ♕-Princesa
- Zodiaco :
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Inscripción : 04/08/2013Localización : Ciudad de Buenos Aires Capital Federal- Argentina
Humor : GENIAL
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