SAMBA PARA TI
Faltaba muy poco para que el cielo se oscureciera, pero un resplandor azul se resistía a ocultarse. Sentados en el suelo, con la espalda apoyada en la pared de un edificio del barrio, mis diecisiete años se habían enfadado con sus quince.
Un pequeño transistor impedía que el silencio del enfado nos aplastara.
Mi mundo se vino abajo, era como si la nube más negra que había visto cayera sobre mí para llevárse a mi amor.
De pronto el renacuajo a todo volúmen expandió las notas de las guitarra de Carlos Santana.
La lenta Samba nos acompañó en el crepúsculo, era tan bonita aquella balada que se nos olvidó el enfado, muy grande debía de ser, pero el beso interminable de reconciliación iluminó de nuevo el cielo.
Sentí que había subido un escalón hacia la madurez al comprender que ella jamás sería mi compañera en el viaje.
Desde entonces, cada vez que escucho esa canción no puedo evitar verla, con la melena rubia y los enormes ojos ingenuos, viviendo cada segundo como un mes.
eduardo acevedo
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