Cuento de un pastor y un perro que nunca obedecía…
Mi bisabuelo era pastor. Cada día salía con sus ovejas a pastar y su perro le acompañaba.
Era muy bueno adiestrando perros, le traían perros de todos los pueblos de la comarca para que los adiestrara y les enseñara a guiar los rebaños.
Un día le encargaron que amaestrará a un perro muy joven y, rápidamente, se lo llevó al campo. El siempre usaba el mismo método, que consistía en atar con una cuerda a su perro, que se llamaba Lobito, junto con el que tenía que ser adiestrado. Empezaba con un silbido y cuando Lobito se erguía también lo hacía el otro perro. Así el aprendiz sabía que al oír el silbido debía levantarse.
Lo intentó con ese perro pero resultó que su método no funcionaba; cuando le ordenaba que fuera a la derecha, iba a la izquierda y cuando le pedía que caminara hacia adelante, caminaba hacia atrás ¡nunca hacía caso!
Mi abuelo estaba harto pero seguía insistiendo porque creía que el perro necesitaba más tiempo.
Un día el dueño del perro regresó y le preguntó si ya estaba suficientemente entrenado y el bisabuelo le contó que no podía enseñarle porque nunca hacía caso de lo que le decía. El dueño le respondió que el perro debía ser tonto y que lo matara y se fue.
El bisabuelo, que era muy cabezón, se lo volvió a llevar al pasto para darle una última oportunidad. Observó que el perro se dirigía a un lugar concreto y le siguió; el perro metió en la maleza, silenciosamente, y de entre los matojos salió una liebre, grande, que el perro atrapó y le entregó.
Muy sorprendido el bisabuelo comprendió que ese perro no era un perro pastor, sino un perro cazador.
A partir de ese día cada vez que iba al campo, traía algo para comer.
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