La Muerte
Un día la Muerte vino a visitarme. Era exactamente como la pintan en las películas, como es comúnmente conocida. Con su capucha negra y su guadaña. No se ve nada dentro de la capucha y cuando aparece trae consigo una niebla densa que se queda en los cuarenta y tres centímetros y medio más cercanos al suelo. Fue un poco raro, porque cuando vino yo estaba en mi piso, un cuarto derecha con muy buena ventilación. Después de que se fuera permaneció un rato la niebla.
Salí al rellano de la escalera del bloque y la niebla se paraba justo en el umbral de mi puerta a pesar de que corría el aire. “Muy poco profesional” pensé. Pero eso no es a lo que iba.
El hecho es que vino la Muerte y como se puede suponer por lo anterior dicho, me dejó vivo. Sólo quería charlar. Al principio, cuando aparece de forma espectral, precedida de la niebla, y con lo que parece un hilo musical gregoriano (un tanto lúgubre) te da un chungo del susto. Me desmayé y todo. También debí de pegar un grito porque después de que se marchara, vino la policía avisada por un vecino preocupado (cotilla). Sinceramente, la taquicardia que tuve durante una hora fue de aúpa.
Después de despertarme del desmayo me puse a llorar. La Muerte esperó pacientemente a que me calmara y dejara de suplicar que no me llevara. “No te preocupes, todavía no te toca”.
No me lo creí mucho, no tenía sentido que viniera así porque sí. Entonces mi bombilla cerebral se iluminó llegando a la conclusión de que lo que ella quería era mandarme un encargo del Más Allá, que tenía que matar a alguien. Como cualquiera en mi situación habría dicho, comenté de pasada que yo mataba hasta a mi madre, pero que no me hiciera nada.
“No, hombre, no…”. En mis trece estuve un rato largo, a cabezota no me gana nadie, salvo la bruja de mi madre, que ojalá se la llevara.
Un par de veces le pregunté por qué había venido a hablar conmigo en vez de con cualquier otra persona, pero la única reacción por su parte era un frío vaho que salía de la capa acompañado por un gruñido nada parecido a algo de este mundo. Muy irritable, me dio la impresión. Y cuando se fue ni siquiera me dio las gracias por aguantarle sus quejidos.
Me dio la sensación de que tenía planeado volver. Por suerte, de momento no ha sido así. Eso sí, cada vez que hay niebla, me llevo unos sustos…
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