El Tiempo se Escapo

por **ana maria** Lun 29 Nov 2021, 16:26

El Tiempo se Escapo

Paseé durante horas a orillas del mar. Las playas, durante esa época del año y al comenzar el otoño, poseían un ritmo decadente y alicaído, que yo agradecí cual bendición, siempre y cuando tenía la necesidad de aislarme, de respirar soledad, como últimamente me estaba ocurriendo demasiado a menudo.

Descalza, había caminado despacio, sucumbida en los recuerdos, con la mirada fija sobre la húmeda arena, mientras las inquietas olas borraban apresuradas y fieras mis dibujadas huellas.
Sentí como una especie de fragilidad inmensa y a la vez desconocida, como si de un águila herido se tratara, descendía sobre mi alma. De tal forma, que durante esos instantes el chillido de un niño, o el ruido que martilleaban los trenes al pasar cercanos a la playa; la presencia de cualquiera, fuera más de lo que pudiera soportar.

Y cómo no, comprendí a lo que fue debido: estaba tratando de hallar el rastro de mi padre en mi memoria. Estaba intentando recordar su sonrisa. De algún modo temí que los recuerdos pudieran desvanecerse y perderse en algún absorbente rincón de mi subconsciente.
Reviví pequeños instantes, sencillos pero fascinantes, que había pasado junto a mi padre, en el esquema de una apacible relación padre-hija.

Tenerle presente en mi pensamiento, seguía poniéndome triste, como había sucedido tantas veces tras su muerte. Ahora ya había transcurrido diez meses desde aquello, pero el dolor seguía golpeándome con la fuerza de un garrote y oprimiéndome el corazón.
Algunos días trataba de enmascarar ese dolor de mil maneras distintas, que actuaban como morfina en mi alma, mientras que utilizaba esos disfraces que ofrecía al mundo, para evaluar a los que me rodeaban en el día a día; los persuadía y los probaba, un estúpido intento de enajenación.

Eso me reconfortaba, pero ya no era capaz de sentir el alivio y el bienestar de otros tiempos y de otras felicidades ancladas en el ayer.
Con papá a menudo hablaba sobre las cosas corrientes de la vida. Él sabía apreciarlas; otras veces, nos habíamos hecho compañía en silencio. Aquello nunca nos había resultado incómodo.
Pequeños instantes a su lado, que ahora llenaban mis días y mis noches de recuerdos.
Me preguntaba porqué no era capaz de dejar de buscarle en cualquier parte, ni un sólo instante, desde que él había muerto.

Sonreí cansada: a pesar de su ausencia, pude recordar el sonido de su voz, el timbre de su risa.

Me pregunté si él habría pensado en las mismas cosas, no los grandes momentos extraordinarios, sino esos pequeños instantes que rayan en lo corriente, cuando se había avecinado su instante final. Esa cuestión me bloqueó, ante mi suposición o la evidencia, de que seguramente le hubiera faltado tiempo para pensar en todo ello.
Aunque algo me decía con total seguridad, que uno de sus últimos pensamientos había sido dirigido hacía mí.
Mi corazón había parecido querer aumentar su ritmo, a medida que el de las olas chocando con la orilla, menguaba.

Mi muerte debería ser distinta, especulé, quería tener tiempo para prepararla.
Deseaba conocer el amor correspondido, no quería partir sin vivirlo.
Entonces temí, que nunca fuera así.

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