Aposte por la Prudencia, pero me venció el deseo

por **ana maria** Dom 12 Dic 2021, 17:27

Aposte por la Prudencia, pero me Venció el Deseo

Fue mi amigo quien insistió en madrugar para repasar el examen, yo no tenía ninguna gana porque suspendería de todas formas.
Tenía prisa, siempre tengo prisa por las mañanas porque me levanto tarde, apurando hasta el último segundo.

A todo correr cogí el tren de las 7.21 cuando las puertas comenzaban a cerrarse, vi al conductor sonreír en el momento en el que de un salto me colaba dentro. Tomé asiento y saqué los folios de la carpeta. Comencé una lectura inútil, jugueteando con las palabras como si fuese un crucigrama, palabras salpicadas de destellos fosforescentes a cada salto de renglón. Pronto los ojos se perdieron entre las líneas torcidas.

Ante mi, apareciendo y desapareciendo entre el vaivén de los viajeros estaba la mujer de mi vida.

Intercambiamos miradas furtivas entre el cristal y los apuntes, miradas entre la gente. Hasta que recogió su bolso del suelo y se levantó para irse. Sin pensarlo un momento salí tras ella tropezando con todo lo que se ponía delante.

Paró, paró a la vez que se paró el tiempo, se giró y su sonrisa lo dijo todo. Ella iba a la oficina y yo a la universidad, y me dio su teléfono.
De vuelta en el vagón tan sólo podía concentrarme en sus ojos, me temblaban las manos, me dolía el pecho.

El día se presentaba tranquilo. Los papeles esparcidos sobre la mesa daban la impresión de que reinaba el desorden. En el aire el suave zumbido del ventilador imprimía ritmo a la mañana. Entre las rejillas de la persiana podía ver al director absorto en su pantalla. Los teléfonos aún dormían, concediendo al personal un minuto de descanso. El fax comenzó a pitar y su imparable escupir de hojas que sólo significaban problemas.

Clips con fotografías cuelgan de cada escritorio en un intento de personalizar las sobrias mesas. Las carpetas de colores se aprietan en las estanterías.
Me senté en la silla con un movimiento mecánico. Durante unos minutos tamborileé con los dedos sobre la mesa absorta en mis pensamientos.

Esa mañana en el tren había coqueteado con un chico, con un niño recién salido de la adolescencia. Recuerdo su pelo oscuro, rizado, sus ojos negros, sus labios seductores, su voz grave más propia de un adulto que de un niño.

¿Por qué paré, por qué le hablé, por qué fue más fuerte el deseo que la prudencia?, no paraba de repetirme.

Suspendí el examen. Suspendí porque sólo podía ver su rostro en el papel y en lugar de respuestas dibujé sus ojos. Y volví a casa buscando en el cristal del tren su cara. Ya no había nadie en el mundo, nadie más que ella.

Ocho horas de trabajo, la hora de la comida y una hora más de viaje, diez en total. Diez horas pensando si era real lo que me estaba pasando. Diez horas encogido el estómago, crispadas las manos.

El teléfono en silencio parecía una tortura, una tortura que acabó tan pronto llegué a casa y escuché su voz al otro lado de la línea. Era un niño, pero eso qué importaba.

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