Entrega a Domicilio

por **ana maria** Lun 08 Ago 2022, 11:08

Entrega a domicilio

En el interior de un piso, en la soledad de un amplio salón, está a punto de suceder algo que da que pensar.

Mario aún no sabe nada de lo que va a ocurrir, de ahí que esté confortablemente apoltronado en su sofá, recostado sobre uno de los brazos del mismo, y comiendo palomitas directamente del paquete sacado del microondas por no manchar más platos.

Mira la tele; y en ella, un sudoroso hombre de mediana edad y aspecto de empollón de clase duda entre las dos opciones para contestar una pregunta que puede valerle 12.000 euros. Obviamente ya ha utilizado el comodín del 50%, que era el último que le quedaba, y ahora tiene que elegir entre Skinner (opción A) o Watson (opción B) como fundador de la teoría psicológica del condicionamiento operante.

Lo más curioso es que Mario, que se pasó 6 años de su vida estudiando la carrera de psicología para acabar trabajando de agente comercial, no sabe la respuesta. Le gustaría recordarla, para poder gritársela a la tele. Tampoco es una pregunta muy complicada; eso se ve en el primer año de carrera. Pero no la recuerda. Y le llena de una innegable frustración. Por eso tamborilea con las yemas de los dedos en el forrado de piel del sofá.

Pero algo interrumpe la búsqueda en los cajones de su memoria. Llaman a la puerta. Mario no espera a nadie, y le produce cierta sorpresa una visita pasadas las once de la noche.

Se levanta y manosea una servilleta de papel, con el falso convencimiento de que así ha quedado la mano totalmente limpia y no dejará huellas de aceite de palomita en el pomo de su puerta. En el caso, claro está, de que tenga que abrir.

Llega hasta el rellano y enciende la luz. Se acerca a la puerta de cierre blindado y guiña un ojo para asomarse por la mirilla. Al otro lado, en esa extraña y surrealista perspectiva de ojo de pez, cree distinguir un repartidor de pizza, a juzgar por la gorra y la camiseta de color rojo brillante y, por supuesto, por la pizza que lleva sobre la palma de la mano izquierda envuelta en un chubasquero del mismo color.

Mario se aparta de la puerta y se queda un instante pensativo. Él no ha pedido ninguna pizza. De hecho ya ha cenado, si al par de San Jacobos y a las cuatro croquetas precalentadas que ha tomado hace una hora se le puede llamar cena. Alza la voz para que se le oiga al otro lado:

-¿Sí? –Trata usar el tono más agradable posible a esas horas. Acto seguido formula una pregunta bastante estúpida a juzgar por lo que ha visto a través de la mirilla-. ¿Quién es?

-Pizza Pan –contesta el repartidor con bastante desgana.

-Ehhh… lo siento. No he pedido ninguna pizza –dice Mario con amabilidad.

-¿Perdón? ¿No es éste el piso 6, letra C?

-Sí, lo es. Pero yo no he encargado ninguna pizza.

-Pues yo tengo una comanda de entregar una familiar con… -Parece que el pizzero rebusca información-… extra de queso, pepperoni y bacon.

Mario piensa que así es como él siempre pide las pizzas, excepto por lo del tamaño familiar. Su familia no necesita tanta comida. Él es su familia. Bueno, él y su Home Cinema.

-Y la dirección es –continúa el pizzero con decisión- calle Babel, portal siete, piso 6, letra C. Es aquella

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