Toda la Luz del Atardecer

por **ana maria** Jue 13 Abr 2023, 12:09

Toda la Luz del Atardecer

Las cortinas leves flotaban acompañando la suave brisa que entraba por la ventana. La luz del crepúsculo iluminaba los cuerpos brillantes de sudor, que con lentitud se movían sobre la cama, inventando una danza que venía de muy lejos.

La boca entreabierta de la muchacha dejaba escapar suspiros y casi imperceptibles gemidos, las manos del hombre dialogaban con el cuerpo bronceado, explorando caminos mágicos y llevándola a un universo que siempre se renovaba y parecía inédito.

̶ ¡Tus manos…! – suspiró ella.

̶ Tu boca, mi amor – dijo él y la besó.

Labios, dientes, lengua. Un beso prolongado que provocaba olas de placer en los dos amantes.

̶ No podemos, no debemos…̶ musitó ella.
̶ No resisto, pequeña, no resisto. Te tengo y te deseo, nada más importa.

La boca resbaló hasta encontrar las dos montañas, alertas, tibias y firmes. La lengua y los labios provocaban choques de placer en la muchacha prohibida, en la mujer que no podía ser tocada por aquella boca, por aquellas manos, por aquel hombre. Tan tremendamente prohibida.
En un viaje lento y sensual, preñado de suspiros, los labios resbalaron por la barriga firme y temblorosa. El ombligo, la cintura, el ombligo de nuevo y ella se retorcía y repetía un “no” que era como una plegaria de puro placer.

La boca llegó al interior de una pierna y después de la otra y subió decidida hasta el destino esperado, dejando un rastro de saliva tibia.
La suave luz del atardecer iluminó el rostro transformado de la joven, la boca entreabierta llena de gemidos, los párpados cerrados, el cabello cayendo hacia un lado y hacia el otro, a medida que ella se movía.

Los labios del hombre tocaron su punto más sensible, el más prohibido de todos, y ella vibró como nunca.

̶ ¡Me muero! – susurró y se abrió como si fuera una flor nocturna buscando la luz de la luna.

La lengua. Los dedos, los labios, la lengua. Los dedos. La respiración excitada del hombre, su aliento quemándole el alma y ella abriéndose por entero, deseando cada caricia loca de aquel hombre loco.

Entreabrió los ojos y lo vio de rodillas entre sus piernas. Lo miró pidiendo que no y queriendo que sí. Él la miraba con los ojos cargados de lujuria, de deseo. Se acomodó mejor, la tomó por la cintura y buscó lo que tanto deseaba. Los gemidos de los amantes se hicieron música en aquel cuarto, iluminado por toda la luz del atardecer y saturado de lujuria. Todo tan prohibido.

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