Dos metros cuadrados
Laura encontró en el ordenador el vehículo a través del cual dar rienda suelta a buena parte de sus fantasías, algo así como el puente que la conectaba con un universo paralelo donde de algún modo poder hallar algo de sentido a su solitaria vida.
Poco importaba a ese respecto que dicho universo no convergiera dentro de unas coordenadas tangibles y se extendiera, por el contrario, más allá de las fronteras que albergaban la clásica realidad espacio temporal.
A fin de cuentas, las sensaciones que experimentaba en su seno eran reales, tan vívidas para ella como pudieran haberlo sido las caricias de unas delicadas manos o el beso de unos labios palpitantes, y dado lo parco que de ordinario se mostrase el mundo exterior a la hora de ofrecerle tales caricias y besos, había decidido encerrarse en este otro universo donde, aunque fuera mediante sucedáneos, hallaba parte de aquello que vedado le fuera en el llamado mundo real.
El ordenador y la virtualidad que contenían sus entrañas de silicio se convirtieron así para Laura en su único refugio, un refugio donde se sentía más a gusto que en cualquier otra parte; se convirtieron, por así decirlo, en su verdadera vida.
Apenas si ya recordaba los motivos que la habían llevado a buscar ese cibernético amparo: continuos rechazos, desengaños lacerantes, amores frustrados..., tantas y tantas cosas, tanta y tanta soledad.
El mundo había sido hostil con Laura, y Laura había finalmente decidido dar la espalda a ese mundo hostil para instalarse en otro muy diferente, en un mundo virtual donde podía transitar a golpes de clic.
El carácter ficticio de ese universo no parecía preocupar a Laura. En realidad, ni siquiera se percataba de ello, como tampoco se daba cuenta de que cada vez que era absorbida por aquellas cibernéticas quimeras, su aislamiento crecía en proporción.
De esta guisa se fue agrandando más y más la distancia entre sí misma y el mundo exterior, entre lo virtual y lo real, hasta quedar convertido el puente que ambos espacios unía en una línea minúscula, una línea meramente imaginaria.
Un par de metros cuadrados. Eso era todo el espacio que Laura necesitaba.
Dos metros cuadrados capaces de dar cabida a su mesa, a su silla, a su ordenador y a su frágil cuerpo. Dos metros cuadrados. Nada más. Dos metros cuadrados que acogiesen sus dudas y vacilaciones, sus fantasías y terrores, sus fobias y su soledad.
Sólo eso: dos metros cuadrados para sobre ellos erigir un orbe espurio.
Fue hallada muerta una mañana de verano. La cabeza descansaba sobre la mesa, apenas rozando el teclado del ordenador, en tanto que las manos colgaban inertes a ambos lados del asiento.
La pantalla aparecía oscura, si bien, justo en la parte inferior parpadeaba una luz que venía a desvelar que allá dentro los circuitos seguían operativos, a tan solo un golpe de clic. No se halló ninguna nota de despedida.
Sólo un montón de pastillas desparramadas por el suelo.
(Diciembre 2011)
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