Hormigas

Laura y su nieto Kiko, estaban trabajando juntos elaborando galletas con el fin de venderlas y así obtener dinero para una bicicleta que sería el regalo de cumpleaños del chico. En un par de días, tuvieron ahorrado lo suficiente para comprarla, pero les estaba yendo tan bien, que decidieron no parar.

Los pedidos llegaban por decenas diariamente, así que tuvieron que incluir a más miembros de la familia para ayudarles. Meses más tarde, la cocina de la abuela fue algo pequeña para que tanta gente pudiera moverse dentro de ella y se mudaron a un local.

En menos de un año tenían un exitoso negocio familiar, sin haberlo planeado así y ofrecían para entonces mucho más que galletas. El día de la inauguración hubo una gran fiesta, con música, regalos y refrigerios. La ancianita apenas podía creerlo, el olor a sus postres inundaba el lugar y la gente hacia fila para obtenerlos.


Los demás miembros de la familia se encontraban en la misma situación, admirando a donde los había llevado todo ese trabajo duro, pero se esmeraban más en darle reconocimiento a la abuela, pues fue quien empezó todo, y eran sus recetas las que encantaban a la gente. El único que estaba un poco distraído era su nieto, el de la bicicleta, pues había visto por el lugar algunas hormigas vagando libremente y es bien sabido que estas adoran el dulce.


El niño puso a los demás sobre aviso, pero estos no les dieron mucha importancia a unas cuantas hormigas, solo las sacudieron y siguieron con lo suyo. Al final de día, lo habían vendido todo, y cuando se disponían a cerrar, los clientes volvieron con reclamos, porque los postres llevaban consigo bichos. Casi toda la mercancía les fue regresada y perdieron su prestigio; no podían creer que eso hubiese sucedido por tan solo unas cuantas hormigas, pero pasaron por alto, que a ellas también les gusta el trabajo duro y no por ser pequeñas son menos importantes.


En algún momento también hubo quien no creyó que una ancianita y un niño pudiera echar a andar un negocio, pero no hay que juzgar a la ligera la capacidad de los demás, sin importar que sean personas o “simples hormigas”.