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Cambio de Tareas
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Cambio de Tareas
Cambio de tareas
Érase una vez un hombre, siempre hosco y malhumorado, que pensaba que su esposa no hacía nada en casa mientras él se quejaba de lo mucho que trabajaba en el campo.
Una tarde, en la época de la siega del heno, llegó a casa, regañando y maldiciendo, quejándose porque la cena no estaba en la mesa, la vaca no estaba en el establo y el bebé lloraba.
—Yo trabajando duramente todo el día y tú aquí en casa, sin hacer nada.
—No protestes tanto —le dijo su esposa—. Si crees que tú puedes hacerlo mejor, quédate tú en casa y yo me iré al campo.
—No, tú serías incapaz de soportar mi duro trabajo y seguro que no lo harías o lo harías mal.
—Tal vez te lleves una sorpresa… Te propongo que mañana intercambiemos las tareas: yo saldré a segar el heno y tú cuidarás de la casa.
—¡Muy bien! —respondió el marido, pensando que era capaz de hacer cualquier cosa mejor que su esposa—. Te demostraré cómo se hacen las tareas de casa y tú te convencerás de que eres incapaz de hacer lo que yo hago.
Así que, a la mañana siguiente, muy temprano, la mujer tomó la guadaña y salió hacia el campo de heno para segar. Mientras, el hombre se quedó para cuidar la casa y hacer los trabajos en ella.
En primer lugar, debía batir mantequilla; pero después de haber estado batiendo un buen rato sin obtener resultado alguno, le entró sed y bajó al sótano para beber cerveza de un barril que allí había. Entonces, justo cuando había bebido y ya estaba a punto de poner el tapón en el barril, oyó gruñidos y pasos sobre su cabeza; era el cerdo, que entraba en la cocina atraído por el aroma de la mantequilla.
Subió corriendo los escalones del sótano, con el tapón del barril en la mano, para evitar que el cerdo volcara la mantequera; pero cuando llegó, vio que el cerdo ya la había derramado toda y estaba gruñendo y gruñendo, relamiéndose, y con el cuerpo todo cubierto de mantequilla.
Al ver al hombre enfurecido que se acercaba amenazante, el cerdo empezó a correr por toda la cocina, embadurnando suelo y paredes.
El hombre, cada vez más furioso, persiguió al cerdo tan deprisa como pudo, resbalando, cayendo y volviéndose a levantar. Finalmente, consiguió atraparlo, pero le resbalaba continuamente de entre las manos y estuvo un buen rato para sacarlo de la cocina. Cuando por fin lo consiguió, recordó, de repente, que no había puesto el tapón al barril. Bajó a toda prisa a la bodega, pero se había agotado hasta la última gota de cerveza del barril y el sótano estaba completamente inundado.
En la despensa, encontró suficiente leche para llenar la batidora de nuevo y empezó a batir otra vez la mantequilla, que debía tener preparada para la hora de la cena. En eso estaba, cuando recordó que la vaca lechera todavía estaba encerrada en el establo y que no había comido nada de nada ni tampoco había bebido ni una gota de agua en toda la mañana y, ahora, el sol ya estaba muy alto.
Como ya era demasiado tarde para llevarla a pastar al prado, que estaba bastante lejos, lo que decidió fue, simplemente, subirla al tejado de la casa, porque la casa, debéis saberlo, tenía el techo de paja y sobre la paja había crecido una buena cantidad de hierba con la que la vaca podría alimentarse aquel día.
La casa estaba construida pegada a una cuesta empinada y el hombre pensó que si colocaba una tabla sobre el techo de paja en la parte trasera no le costaría nada que la vaca subiera al tejado para rumiar.
Pero tenía un problema: no podía dejar la mantequera sola, porque en la cocina, su hijo estaba gateando. «Si lo dejo, —se dijo— el niño podría volcarla y hacerse daño». Así que puso al niño en el parque y tomó la mantequera, se la ató a la espalda y salió cargando con ella; pero, de repente, pensó que sería mejor dar de beber primero a la vaca antes de dejarla sobre el tejado; así que tomó el cubo para sacar agua del pozo; pero cuando se asomó sobre el borde del pozo para sacar agua, toda la crema se derramó de la mantequera sobre su cuerpo y se escurrió pozo abajo.
Ya era casi la hora de la cena y no había conseguido batir todavía la mantequilla, por lo que consideró que sería mejor hervir unas patatas. Llenó la olla con agua y la colgó sobre el fuego del hogar. Hecho esto, temió que la vaca pudiera caerse del tejado de paja y romperse las piernas o el cuello, así que subió rápidamente al tejado para amarrarla. Ató un extremo de la cuerda al cuello de la vaca, deslizó el otro extremo chimenea abajo y regresó apresuradamente a la cocina. Una vez allí, ató el extremo de la cuerda alrededor de su propio muslo; y todo eso lo tuvo que hacer a la carrera, porque el agua comenzaba a hervir en la olla y aún tenía que pelar las patatas.
Comenzó a mondar las patatas, pero mientras estaba haciéndolo, la vaca resbaló y se cayó del tejado de la casa. Al caer, arrastró al hombre atado a ella con la cuerda por la chimenea arriba y allí, a mitad de camino, se quedó atascado.
La vaca mugía como loca, colgada arrimada a la pared y balanceándose entre el cielo y la tierra, porque no podía ni subir ni bajar.
La esposa, en el campo, ya había terminado de segar todo el heno y pensó que el marido ya tendría la cena preparada, porque casi estaba anocheciendo, así que decidió regresar a casa.
Al llegar allí se quedó perpleja al ver a la pobre vaca colgada en tan extraña posición. Corrió hacia ella y cortó la cuerda con su guadaña. Al hacer eso, el marido cayó de golpe chimenea abajo y así, cuando su esposa entró en la cocina, lo encontró metido de cabeza en la olla de acelgas y pataleando, la cocina llena de mantequilla y el sótano inundado.
—Veo que te ha ido muy bien el día…
—¡No sabes cuánto me alegro de verte! —le dijo él una vez consiguió salir de la olla con la ayuda de su esposa—.
Esto de llevar una casa es muchísimo más difícil de lo que yo imaginaba. En adelante, intentaré aprender de ti para hacer mejor las cosas y no me quejaré por todo.
Desde ese día, en aquella casa fueron todos felices colaborando y compartiendo las tareas.
ana maria- ♕-Princesa
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