Alma de Plastico
Salí del hospital, tesoro, con un cuádruple bypass y un marcapasos.
Poco después entendí que tenía –pobre de mí- el alma de plástico y el corazón de litio: en casa me sorprendí acariciando la nevera con una ternura de amante, y defendiendo, con absurda vehemencia a la obsoleta lavadora de las razonables quejas de mi esposa.
Sí. Sólo entonces, cariño, reparé en la simétrica belleza que poseéis las máquinas, seres de piel pulida y formar irreprochables. Vosotras, criaturas precisa y dóciles, tenéis –como yo- un espíritu eléctrico y alcalino al que debemos la vida.
Desde entonces no soportaba que mi hijo maltratara un juguete; cerraba con delicadeza exquisita las puertas del coche y lloraba desolado cuando se fundía una bombilla.
Una tarde de verano te defendí de las patadas y puñetazos de un cliente que reclamaba su bebida. Aquel mocoso no veía en ti más que la máquina de refrescos de la entrada del súper, un jodido trasto que tenía atascada en sus vísceras su bote de Coca Cola.
Tras reducirle acaricié tus senos – Sprite, Font Vella, Radical- turgentes con una emoción cohibida y tú me escupiste la lata que guardo en la mesilla en señal de agradecimiento. Era –creí- el nuestro un amor imposible: mi mujer nunca accedería –es tan celosa- a meterte en casa.
Esta noche me ha sorprendido la policía con los pantalones bajados intentando consumar nuestro amor mecánico. Para separarnos han tenido que recurrir a los bomberos: tenía el sexo encajado en tu hueco –húmedo y dulce- de la devolución de monedas.
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