EL PECADO DE LOS HOMBRES QUE SE ACUESTAN TEMPRANO
Hay hombres que después del trabajo, para relajar las tensiones del día, se meten en el bar y no llegan a casa hasta la hora de cenar, en el mejor de los casos. Mi Pepe no es así; él llega a casa, se da una ducha, se pone su pijama de rayas y lee la prensa del día por Internet. Después cenamos, me cuenta como le ha ido el día y se va a la cama, mientras yo me quedo viendo la televisión hasta las tantas. Los dos trabajamos duro, en casa y fuera de ella. Durante la semana no tenemos ánimo para más, ni siquiera para “eso”. Aunque si fuera por mi Pepe lo haríamos toda la semana.
El fin de semana es diferente; si hace bueno salimos e intentamos olvidarnos de todo y disfrutar, al máximo, del tiempo que pasamos juntos; si hace malo nos quedamos en casa y aprovechamos para hacer “eso”, tantas veces como nos sea posible.
Hoy martes he tenido un día relajado en el trabajo y, como he podido salir antes, he decidido ir al centro comercial. En la tienda de lencería me he comprado una picardía muy sexy para sorprender a mi Pepe esta noche.
Después de preparar un poco la casa, me meto en la ducha y comienzo a fantasear con lo que puede pasar esa noche. No quiero que sea algo común, me apetece algo especial.
Cuando salgo de la ducha mi Pepe llama para decirme que llegará un poquito más tarde, un asunto de trabajo; precisamente hoy que le espero con una sorpresa. Me pongo algo cómodo y aprovecho para preparar una cena especial. Una hora más tarde, mi Pepe, entra por la puerta y me da dos besos; se ducha, se pone cómodo y cenamos. «Hoy no habrá Internet, ¿verdad?» le digo haciéndole una carantoña, «Hoy no, hoy estoy cansado de ordenador» me responde mi Pepe.
Parece que la cena le ha gustado, espero que la sorpresa que le tengo preparada también. Él se va a la cama como siempre, dice que hoy ha tenido un día duro y yo, después de meter los platos en el lavavajillas, aprovecho para meterme en el baño y ponerme las picardías; a ver si yo también se lo pongo duro.
«Espero que no se haya dormido» pienso mientras me pongo el conjunto. Salgo del baño intentando no hacer ruido, totalmente excitada ante la expectativa. Abro lentamente la puerta de nuestra habitación y… ¡Allí estaba él aliviándose en solitario delante del portátil! Y yo paralizada, sin reaccionar, sin poder articular palabra.
Él se gira y, ante la evidencia, sólo acierta a decir: «¡Cariño, no es lo que parece!». Salgo de la habitación dando un sonoro portazo y me encierro en el baño a llorar como una tonta. «Hay que tener muy poquita vergüenza para hacerme esto a mí, a tu Paca» pienso mientras me seco las lágrimas con un trozo de papel higiénico. En este momento me viene a la cabeza una sola pregunta: «¿Cuántas veces más lo habrá hecho?».
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