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Un Saco de manzana
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Un Saco de manzana
Un Saco de Manzanas
Un día iba doña Coneja por el bosque, con su saco al hombro. Quería recoger piñones y frutos silvestres para llevárselos a sus hijos. Pero tuvo muy mala suerte: no había piñones ni frutos silvestres por ningún sitio.
Entonces, descubrió un enorme manzano en medio de un claro. ¡Y estaba cargado de manzanas! No lo pensó dos veces, Coneja abrió el saco y comenzó a llenarlo.
Estaba en eso cuando llegó volando el señor Cuervo y se posó graznando en una rama:
—¡Esto es el colmo! ¿Qué ocurriría si todo el mundo que pasa por aquí se quedara con una manzana? ¡No quedaría ni una sola en el árbol!
—No seas tan gruñón, señor Cuervo —le dijo Coneja—. Aquí hay manzanas suficientes como para alimentar al bosque entero. Solo me llevaré unas cuantas, porque tengo que dar de comer a mis pequeños, que tienen hambre.
Coneja llenó el saco hasta arriba. El saco pesaba bastante y era difícil cargarlo, así que Coneja lo arrastró para llevárselo. Arrastrándolo estaba cuando, de pronto, tropezó con algo suave. Se giró y casi se muere del susto: había topado con don Oso.
—Dime, Coneja, ¿qué es lo que llevas en ese saco? —preguntó Oso.
Coneja respiró profundamente, abrió el saco y contestó:
—Solo llevo algunas manzanas. Por favor, sírvase algunas, señor Oso.
Oso sacó una manzana y la probó.
—Mmmm, no está nada mal. Muy dulce y refrescante… —Se quedó varias y se alejó relamiéndose.
Coneja siguió su camino.
Iba caminando, cuando unas pequeñas ardillas corrieron hacia ella:
—Señora Coneja, señora Coneja, ¿sería tan amable de invitarnos a manzana?
—Por supuesto —Coneja no podía decir que no a aquellas pequeñas tan adorables y del saco salieron unas cuantas manzanas más.
Más tarde, camino hacia casa, Coneja se topó con su colega Erizo.
—¡Qué cara de cansado! ¿Qué has estado haciendo? —le preguntó Coneja.
—Me fui muy de mañana al bosque del norte a buscar piñones, pero no he encontrado ni uno. Mira, mi canasto está vacío.
—Si quieres, puedes quedarte con alguna de mis manzanas. ¡Tengo un montón! —le dijo Coneja, y llenó el canasto de Erizo.
Un rato después, Coneja se encontró con la señora Cabra, que iba a pastar con sus pequeños. Los vio con cara de hambre y también les regaló algunas manzanas.
Coneja anduvo un buen rato y se cansó. A punto estaba de sentarse, cuando apareció el señor Topo, que, sin decir ni una palabra, cogió un montón de manzanas del saco y desapareció en su cueva bajo tierra.
Mientras tanto, no muy lejos de allí, los pequeños conejos hacia rato que esperaban para poder comer y acostarse. Para hacer más corta la espera, leían cuentos.
De pronto, alguien llamó a la puerta. Los pequeños conejos abrieron y se encontraron con unas ardillitas que cargaban un canasto repleto de nueces.
—Mamá nos pidió que os las trajéramos —dijeron con voz chillona y, después, se marcharon por donde habían venido.
—¡Qué sorpresa! —exclamaron los conejitos a coro.
Luego llegó el señor Erizo con una canasta llena de setas.
—¿Ha llegado ya mi amiga Coneja a casa? —preguntó.
—No, mamá se fue muy temprano y todavía no ha regresado.
—No creo que tarde mucho, la he visto hace un rato, pero yo no puedo esperar. ¡Tengo prisa! —agregó Erizo.
El señor Erizo entregó el canasto a los pequeños conejos y se despidió.
La señora Cabra llamó al cabo de media hora con un cuenco lleno de leche.
—Para vosotros, nenes —dijo.
La sorpresa de los conejitos iba en aumento.
—Pero ¡¿qué está pasando hoy?!
La puerta se abrió una vez más y apareció el señor Topo, que venía de debajo de la tierra.
—¿Es esta la casa de la familia Conejo? —preguntó.
—Sí, aquí vivimos —respondieron los pequeños conejos a coro.
—Bien, entonces no me he equivocado —y les entregó un montón de verduras: zanahorias, patatas, apio, perejil…—. Saludad a la señora Coneja de mi parte —dijo, y luego desapareció por el agujero en la tierra.
Volando, volando el Cuervo llegó hasta donde Coneja estaba descansado y le dijo graznando:
—Cro, cro, cro, a todo les has dado manzanas menos a mí. ¡Ni una sola me has dejado probar!
La Coneja le pidió disculpas, abrió el saco y le entregó la última manzana que quedaba en él.
—Aquí tienes, la última manzana es para ti. ¡La mejor!
—¿Y para qué quiero yo una manzana si no las soporto? Pero mira que eres tonta, dando, dando y, al final, para ti solo queda un saco vacío ¿Qué comerán tus niños hambrientos?
—Bueno… puedo volver al manzano y llenar de nuevo el saco.
—Si no hubieras ido regalando las manzanas a cualquiera… ¿Y ahora quieres volver? Cuando se está acercando una gran tormenta.
—¡Iré muy rápido!
Coneja regresó corriendo al bosque. Pero cuando llegó hasta el manzano, allí estaba el señor Lobo, merodeando bajo el árbol. Cuando Lobo vio a Coneja se relamió y le preguntó:
—¿Qué buscas por aquí?
—Pues… quería unas manzanas para dar de comer a mis pequeños.
—¿Así que a vosotros los conejos os gusta comer manzanas?
—Sí señor…
—Pues a mí lo que me gusta es… ¡comer conejos! —rugió el lobo y se abalanzó sobre doña Coneja, pero, con tal mala (o buena) pata, que tropezó con una piedra y fue a caer dentro del saco abierto y doña Coneja aprovechó para escapar.
Ya era tarde cuando Coneja volvió a casa. Los conejitos estaban esperando.
La puerta crujió y se abrió y todos los conejitos saltaron sobre su madre:
—¡Mamá, mamá, ya estás de vuelta! —gritaron alborozados.
—Lo siento, hijitos míos, pero no he conseguido traer nada para comer… —susurró compungida.
—¡No te preocupes, mamá, tenemos comida suficiente para varios días! La han traído…
Pero no pudieron explicar nada más porque, de pronto, un fuerte temblor sacudió toda la casa. La señora Coneja gritó asustada:
—¡Rápido, cerrad puertas y ventanas! ¡Es el Lobo, que me ha seguido hasta casa! ¡Todo el mundo a esconderse!
En medio del terrible alboroto, la ventana se abrió de par en par y por ella se coló la enorme cabeza del señor Oso:
—¿Hay alguien en casa? —preguntó con su ronca voz— Traigo un regalo para la señora Coneja. ¡Miel de la buena!
Al día siguiente, la familia Conejo al completo se reunió alrededor de la mesa, llena a rebosar de ricas viandas: setas, nueces, zanahorias, patatas, miel, leche…
Desde un árbol cercano, el señor Cuervo observaba atónito mientras se preguntaba cómo habría conseguido la señora Coneja sacar todos aquellos manjares de dentro de un saco de manzanas vacío.
ana maria- ♕-Princesa
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