El hombre del saco
Al poco rato volvió el viejo, que comió y bebió y después se acostó. Al día siguiente el viejo se levantó, tomó su limosna y salió camino de otro pueblo. Cuando llegó al otro pueblo, reunió a la gente y anunció como de costumbre que llevaba consigo un saco que cantaba y, lo mismo que otras voces, se formó un corro de gente y recogió unas monedas, y luego dijo:
-Canta, saco, o te doy un sopapo.
Mas hete aquí que el saco no cantaba y el viejo insistió:
-Canta, saco, o te doy un sopapo.
Y el saco seguía sin cantar y ya la gente empezaba a reírse de él y también a amenazarle. Por tercera vez insistió el viejo, que ya estaba más que escamado y pensando hacer un buen escarmiento con la cojita si ésta no abría la boca:
-¡Canta, saco, o te doy un sopapo!
Y el saco no cantó.
Así que el viejo, furioso, la emprendió a golpes y patadas con el saco para que cantase, pero sucedió que, al sentir los golpes, el gato y el perro se enfurecieron, maullando y ladrando, y el viejo abrió el saco para ver qué era lo que pasaba y entonces el perro y el gato saltaron fuera del saco. Y el perro le dio un mordisco en las narices que se las arrancó y el gato le llenó la cara de arañazos y la gente del pueblo, pensando que se había querido burlar de ellos, le midieron las costillas con palos y varas y salió tan magullado que todavía hoy lo andan curando.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
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